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Saqueos II



Detrás de la legitimidad o ilegitimidad de los saqueos encontramos un concepto central: el robo, un concepto histórico, político y económico, pero sobre todo ideológico. La pregunta es ¿quién le está robando a quien? Es interesante recordar en este punto fundamental al viejo Marx, y su teoría del valor. Según Marx el trabajo que cada hombre y mujer realizan para producir cualquier cosa –una silla por ejemplo- es lo que le da valor a ese bien humanamente producido. De este modo, si un conjunto de hombres y mujeres trabajan en una fábrica produciendo sillas, es el tiempo que cada uno de ellos y ellas invirtieron en esa labor, imprimiendo sus fuerzas en el uso de los medios de producción, el que le da valor al conjunto de sillas. Por lo tanto, es la fuerza de trabajo, es decir el trabajo vivo y no el capital, la verdadera fuente de valor en el proceso de producción.

Para demostrar que el modo de producción capitalista se funda en la explotación del trabajo de muchos, en El Capital Marx desarrolla la idea de la “fetichización de la mercancía”, que es, básicamente, la invisibilización del carácter social del trabajo que valoriza las mercancías. Por lo tanto, se encubre el trabajo de las personas que hay detrás de esos productos y las relaciones sociales de producción -y de poder- que hay detrás de ellos. Así, volviendo a pensar en los saqueos posteriores al terremoto del 27 de febrero, queda en evidencia que el/la trabajador/a que se está llevando un plasma o una leche, que en general son personas pobres, está recuperando un producto que, por medio de la explotación de su fuerza de trabajo, es decir, a través del tiempo trabajado no retribuido (salarios bajos, entre otros factores), le ha sido robado.

El concepto de robo se funda, jurídica e ideológicamente, en una idea liberal de la propiedad privada. Es decir, se sustenta en la defensa de los intereses de la clase dominante que, en la lucha de clases, se sobreponen a las necesidades de la mayoría. Cuando los saqueos responden a estas necesidades, en una situación de emergencia, son una práctica de sobrevivencia, por eso es que el 27 de febrero vimos masas de personas saqueando el Lider… no es lo mismo robarle a las transnacionales (como supermercados y multitiendas) que al vecino. En las leyes actuales hay una valoración del individuo por sobre la comunidad o lo colectivo, pero no de cualquier individuo: de aquel que tiene dinero y genera capital, y que, por lo tanto, detenta poder. Si fuesen las necesidades de la mayoría las que primaran, entonces los saqueos serían validados socialmente, serían una acción legítima. Además, esta condena jurídica, se conjuga con esa criminalización de los saqueos tan vociferada a través de los medios de comunicación masivos, como fue evidente durante el 27 de febrero y los días siguientes. Aquellos juegan un papel fundamental tanto en la construcción de sinsentido común, que sustenta la hegemonía de este orden de cosas injusto y desigual, como en su respectivo discurso legitimador.


Pero históricamente, ¿quién saquea a quien? El saqueo no sólo se da durante episodios históricos conocidos, como la invasión de Roma por los visigodos o la “conquista” de América, ni sólo en estados de catástrofe como el terremoto del 27 de febrero. En nuestra vida cotidiana, de manera silenciada y soterrada pero palpable, nos vemos sometidos/as a formas de saqueo que nos afectan todos los días y en diversos aspectos de nuestra existencia. La privatización de las empresas que prestan servicios básicos es sólo una de tantas pruebas y en este ámbito Chile fue pionero y tiene un récord en la región. Se privatizó la salud que pasó a ser administrada por las famosas Isapres, se privatizó la educación, diseminada y desarticulada en cientos de institutos y seudo universidades que operan bajo el dictamen del mercado, ello sin mencionar la municipalización, entre otras cosas. Se privatizó además el fruto del trabajo al dejar al amparo de las AFP (Administradoras de Fondos y Pensiones, que más que administrar especulan) las jubilaciones y las previsiones, ni qué decir de los recursos naturales que se siguen privatizando, como el agua, los bosques y los minerales de la tierra.

La gran parte de estas privatizaciones se llevó a cabo durante los últimos años de la dictadura militar, proceso mediante el cual la mayoría de las empresas pasaron a manos de altos funcionarios del gobierno, quienes, una vez vuelta la democracia, se vieron convertidos en grandes empresarios, gerentes y altos ejecutivos. Años después, algunas de estas empresas fueron vendidas a consorcios internacionales -mayoritariamente españoles- cuyas ganancias son hoy cuantiosas: Endesa es dueña de nuestra electricidad y Telefónica nos cobra cada vez más por nuestras telecomunicaciones, etc. Y en Santiago hoy nos cobran entre 450 y 510 pesos (o más según pasa el tiempo y aumentan las alzas) por un sistema de transporte inhumano, culpando a la evasión por el aumento de tarifas. Nos condenan con esa propaganda que reza: “no meta la mano ahí”, cuando estas empresas meten descaradamente sus manos en nuestras bolsillos y nos roban nuestro trabajo todos los días. Los únicos beneficiarios de esta cadena de agravios son los grandes empresarios y altos ejecutivos que, como ya es sabido, ganan sumas estratosféricas obtenidas del sudor, la explotación y el consiguiente empobrecimiento de miles de personas.

Somos día a día saqueados y saqueadas, expropiados/as de las ganancias producidas por nuestro trabajo. Quien roba algún bien en un supermercado como el Jumbo o en una multitienda es castigado por la ley y su acción tipificada como delito por los mismos principios de derecho que legitiman los privilegios abusivos de las grandes empresas nacionales y transnacionales. Vivimos pues, regidos por una especie de saqueo legitimado por el estado de derecho. Como se advierte, este panorama deja en entredicho la visión maniquea del saqueado y el saqueador, ¿quién saquea a quién? Detengámonos a pensar si vale la pena seguir con la cabeza baja viendo cómo, más allá del saqueo material, lo que vivimos es una expoliación continua de nuestra dignidad.


El círculo del saqueo parece haber cumplido su recorrido vicioso.

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Saqueos I

Cuando pienso en el terremoto del pasado 27 de febrero lo que primero viene a mi mente no es el temblor de la tierra bajo mis pies sino las imágenes de la televisión. Pareciera que la tele aglutinó y de algún modo construyó nuestra memoria de esta tragedia: el hombre con la bandera chilena en medio del descampado, los barcos encallados en las calles de Talcahuano y las casas destruidas en las costas de las islas Juan Fernández; todas imágenes que vivimos atónitos a través de las pantallas, que llevaron a cada uno de nuestros hogares el horror del sismo. Quedamos quizás sobreestimulados por una cantidad abrumadora de imágenes, sin tiempo de digerir –en la inmediatez de la desinformación– el desastre y sus consecuencias. De todo aquello que mostraba la TV uno de los incidentes que produjo más polémica, y que desató la ira de algunos y el oprobio de otros, fue la imagen de las multitudes lanzadas con desenfreno al saqueo y al pillaje de hipermercados y multitiendas. Famosa es la imagen de un tipo que con toda calma se llevaba un televisor plasma depositado cómodamente sobre un carrito de supermercado. Esta y otras escenas se me quedaron en la retina, pero también en mi cabeza que rumiaba lentamente –mucho más lentamente que lo que tarda en viajar la imagen de los medios– una pregunta que con el tiempo se volvió una cuestión que clamaba por una respuesta más reflexiva. La violencia en las calles de la VIII región y las imágenes de los militares defendiendo a punta de metralleta el stock de los supermercados me pareció escalofriante y valía la pena plantearse la interrogante: ¿qué produjo el saqueo? ¿En qué momentos o en qué sentido se puede justificar el saqueo y en qué otros es simplemente robo?


Como no atinaba a responder esta pregunta, porque no sabía cómo ni dónde empezar, recurrí a lo que tenía más a mano: internet. Con inocencia puse en el buscador web la palabra “saqueo” ¿y qué apareció? Nada más ni nada menos que el saqueo más famoso de la historia occidental: la caída del imperio romano de occidente bajo las hordas bárbaras de Alarico, rey de los visigodos. La historia de aquel famoso saqueo fue uno de los hitos que precipitó la caída del imperio romano y cuando en el año 410 los visigodos entraron en la ciudad de Roma cayó aquel mito de la “ciudad eterna” que había sido inexpugnable durante ochocientos años. Sorprende pensar que un grupo de bárbaros podía hacer caer así una civilización con siglos de trayectoria. ¿Es siempre así? –me dije- ¿la violenta barbarie puede hacer caer con facilidad el trabajo milenario de una cultura? Pero leyendo un poco más me di cuenta de que aquellos conceptos de civilizado y bárbaro eran más bien relativos. La llamada civilización y cultura romana se engrandeció a punta de conquistas y de un colonialismo que a través de onerosos tributos llenó las arcas del Imperio. Los bárbaros que invadieron Roma habían pertenecido alguna vez al ejército del Imperio y se rebelaron contra éste cansados del maltrato y de los fuertes tributos que la ciudad eterna impuso sobre su pueblo. Es así como el colonialismo produce de algún modo a sus propios bárbaros, cuya fuerza acaba por aplastar siglos de un imperio que se creyó invencible.

Pero me estaba desviando de mi tema principal, de mi curiosidad por la práctica del saqueo a través de la historia, y mis reflexiones sobre el colonialismo de Roma pronto me llevaron a recordar otro caso bastante popular de conquista y colonización: el de América. Si bien los historiadores no hablan de saqueo sino de “descubrimiento y conquista”, lo cierto es que basta leer los relatos de Cristóbal Colón y de la conquista de México para entender que esa llamada conquista no fue más que la persecución de un botín, la búsqueda y apropiación de las riquezas que ofrecía el “nuevo mundo”.

Los primeros relatos europeos que retrataron a América Latina la representaron como un botín que esperaba ser tomado. Esta visión se plasmó en las cartas y en el diario de viaje de Cristóbal Colón, quien desarrolló un tipo de conquista y apropiación de los territorios “descubiertos” basados en la destrucción y despoblación de las Antillas. El almirante genovés nunca supo que las tierras que estaba asolando no correspondían a las costas orientales del Asia. Influenciado por su lectura de los viajes de Marco Polo al oriente, Colón describió las tierras americanas con los ojos del comerciante, prestando especial atención a los productos que ofrecían las Antillas: especias como la pimienta, la canela o el azafrán, y sobre todo a los relatos indígenas acerca de la existencia de oro que guiaban las descripciones idílicas y los itinerarios marítimos del navegante genovés. Por esta razón no dejaba de anotar si los indios poseían o no tendencia al comercio, si era posible establecer rutas comerciales o construir puertos.

De este modo desde su “descubrimiento” mismo, Latinoamérica fue, para los ojos europeos, un espacio valorado sólo en la medida de lo que de él se podía obtener, ya fuera en mercancías valiosas de todo tipo, ya fuera en mano de obra esclava. Las coronas europeas de Holanda, España, Portugal e Inglaterra –entre otras- se transformaron en poderosos imperios echando al saco cuanta riqueza americana encontraron a lo largo de más de tres siglos. Los modelos de colonización que implicaron un poblamiento del espacio americano, inaugurados por Hernán Cortés en la conquista de México, vendrían después a consolidar una relación jerárquica, desigual y vergonzante en la que aún los latinoamericanos cargamos con la responsabilidad de abastecer de materias primas y mano de obra barata a los países neocolonizadores y subdesarrollantes del primer mundo.


El ejemplo de la invasión y colonización de América Latina nos hace pensar cómo el saqueo en realidad ha sido, desde épocas inmemoriales, un motor del desarrollo económico de ciertos pueblos que se enriquecieron al alero de estas prácticas. Sin embargo, a diferencia del caso de los visigodos y su invasión de la capital del Imperio Romano, nadie habla de la conquista de América utilizando el concepto de “saqueo”. Ha ocurrido, en este caso, un robo que ha quedado silenciado en los registros de la historia europea. ¿Por qué en uno de los casos el saqueo aparece como tal, es decir, como la destrucción y pillaje de una nación por parte de unos invasores, y en el otro se le denomina conquista y se le tiñe de vestimentas heroicas? ¿Por qué la historia europea parece haber legitimado ciertos saqueos y condenado otros?