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Crónicas y tradiciones de mujeres. Pagú o la rebelión de las musas

 

          Hace un par de semanas partió al Olimpo de las deidades de Hollywood la muy icónica Elizabeth Taylor, musa del cine que será recordada como la Cleopatra de los ojos violeta, la fémina seductora que contrajo nupcias como quien se cambiaba los calcetines viejos, y que tuvo una tórrida y violenta relación con Richard Burton. Estos atributos son los que afloran a la memoria al hablar de la diva hollywoodense y no sus cualidades como sólida intérprete, ni su lucha contra el sida y los prejuicios que acarreaba esta enfermedad en la década de los ochenta. Ni su apoyo incondicional a la comunidad homosexual ni su enorme trabajo actoral que trascendió con mucho su belleza física (véase, por ejemplo, Quien le teme a Virginia Woolf, de 1966). Así es el país de las musas, mujeres que viven en el imaginario colectivo, elevadas en altares de mármol como figuras petrificadas, hechas para la contemplación y deificadas como princesas inmóviles, presas en su papel de objetos de adoración. La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa? Habría que preguntarle a Marilyn Monroe.

          Claro que existen algunas atrevidas capaces de subvertir aquel destino, tal es el caso de Patricia Galvão (1910 – 1962), más conocida como Pagú. La Pagú fue una chica brasileña nacida en la ciudad de São João da Boa Vista, Sao Paulo, en el seno de una familia conservadora de la alta burguesía. Pero ya a sus quince años aparecían los despuntes de su personalidad singular: mientras otras jovencitas suspiraban por Rodolfo Valentino ella era fan de Luis Carlos Prestes, el famoso líder comunista que en 1924 había recorrido varios estados de Brasil con un grupo de rebeldes que intentaron derrocar la República Vieja.


Ya a sus 18 años se divertía alborotando a la buena sociedad paulista, hizo sus buenas migas con los poetas y artistas del modernismo –el movimiento de vanguardia brasileño de los años 20 y 30- que transformó a Pagú en su musa, en la mascota femenina del movimiento. Y es que esta mujer de boca gruesa e hipnóticos ojos verdes, gozaba al escandalizar a la moralista burguesía de su ciudad con indumentarias osadas, blusas transparentes, su famoso pelo rizado, revuelto y salvaje, y sus labios de rojo intenso; que se paseaba por los cafés fumando cigarrillos y soltando palabrotas: indomable y de ideas fuertes, Pagú no quería ser mujer domesticada por el conservadurismo de la época.
Pero tampoco se conformó con ser simple musa de los enfants terribles de las letras paulistas, ella también fue escritora por su cuenta, periodista, activista y hasta dibujante de ocasión. Y no sólo escribió la primera novela de la literatura brasileña que retrató el mundo obrero, la revolucionaria Parque Industrial (1933), sino que de entre los modernistas fue la más activa y valiente en su militancia política.
           Pagú ya en su temprana juventud decidió unirse a las filas del Partido Comunista Brasileño, y su compromiso con la izquierda fue evidente en sus artículos de prensa en periódicos como O Homem do Povo, donde su escritura mordaz atacó sin piedad a la burguesía, al clero y a las feministas de salón de la oligarquía, que no hacían asco en exigir el voto femenino mientras mantenían a sus sirvientas mulatas y negras en condiciones míseras de existencia. Pero su activismo no se limitó a las armas de las letras, Pagú participaba en cuanta marcha y protesta se organizaba y a veces, revólver en mano, lideraba a los agitadores. Su coraje le valió 23 condenas a prisión a lo largo de su vida, su más largo presidio duró cinco años (1935-1940), durante los cuales fue también torturada.

Cuando fue puesta en libertad renunció al Partido Comunista que ya le había quedado chico, la institución partidaria nunca se sintió muy cómoda con esta mujer escandalosa: ya la había obligado a publicar su novela con seudónimo y durante su presidio más largo le negó apoyo y le dio la espalda. Pagú sin embargo no abandonó nunca su militancia de izquierda, se unió al ala trotskista del socialismo y continuó siendo periodista cultural, con una fe férrea en el arte como forma de transformar la sociedad. Inteligente como era, no se dejaba convencer por una idea panfletaria de la literatura, sino que defendía el mérito estético como principal atributo del arte. Convencida en que sólo un arte de calidad y no panfletario tendría el verdadero potencial para transformar la sociedad capitalista, se dedicó a difundir a través de la prensa la obra de artistas poco conocidos en ese entonces en Brasil, como Fernando Pessoa o Eugenio Ionesco (a quien además tradujo). Sus artículos combinaban la crítica esclarecida con la vocación de pedagógica difusión, ella escribió para ser leída y entendida por un público amplio. Nunca abandonó sus incansables actividades, pero murió tempranamente de cáncer a los 52 años, con una salud que había sido mermada considerablemente después de sus varios encarcelamientos.

          Rita Lee y Zelia Duncan, cantantes brasileñas, compusieron una canción inspirada en Pagú cuyo coro dice “soy más macho que muchos hombres”. Y así fue Patricia Galvão, mujer múltiple y sin límites; creadora, militante, corajuda; una líder, un ejemplo y una compañera. Mucho más que una musa y, sin duda, mucho más que muchos hombres.