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Las movilizaciones y la disputa por el espacio público

Foto de Luna Holman
     Mucha y muy variada información es la que ha circulado durante estos días, a través de distintos medios de comunicación, en torno a las demandas de los estudiantes que, a punta del esfuerzo desplegado por diversos movimientos sociales, han sido puestas en el centro del debate público chileno durante los últimos meses. Y aún cuando se trata de una de las aristas integrantes de la construcción de lo que denominamos ciudadanía, aún cuando cruza transversalmente nuestra sociedad contemporánea y cuando, inclusive, ocupa (o debería ocupar) un lugar central en las reflexiones y prácticas enmarcadas dentro del devenir de nuestra historia republicana; la problemática estudiantil se ha convertido, por estos días, en uno de los principales dolores de cabeza del gobierno de turno. 

     Y decimos “dolor de cabeza” pues este problema pasó de ser una actividad plagada de instituciones que, en sus prácticas diarias, rayan en lo delictivo y se encuentran definitivamente reñidas con toda posible “ética de la enseñanza” (si es que pudiésemos llamarla de ese modo); pasó de ser un tema de teorización o un ámbito de experimentación por parte de sectores hegemónicos como Ministerios varios o Centros de Pensamiento; pasó de ser otro de los serviles engranajes útiles para la reproducción de una ideología preponderante, entre otras cosas; para transformarse en una demanda generadora de movilizaciones que han convocado a miles de ciudadanos en diversas regiones de nuestro país. Lo que hoy moviliza a la ciudadanía es una causa que aparece a grandes rasgos como una demanda “común y generalizada”, pero que bajo la perspectiva de un ojo más atento podríamos dividir en diferentes vertientes que se relacionan y entretejen; cuyos orígenes, desarrollos y alcances superan en complejidad al impacto que una sola y posible reforma a nuestro sistema educacional pudiese tener.

Foto de Kena Lorenzini
 Conscientes de la complejidad recién aludida, de las múltiples opiniones que sobre este tema se han vertido a través de diferentes medios (algunas más afortunadas que otras) y, sobre todo, conscientes de que los cambios estructurales en educación no debiesen ir nunca divorciados de otros cambios en ejes tan fundamentales como salud, vivienda, empleo, etcétera; quisiéramos reflexionar aquí en torno a la serie de mecanismos gráficos que se han utilizado para plasmar o transmitir a distintos estamentos de la sociedad los mensajes producidos en el contexto de estas movilizaciones.
Foto de Kena Lorenzini

Es necesario advertir que no podremos (ni deseamos) abarcar en esta oportunidad a todas las formas plásticas que han sido utilizadas en el marco de esta movilización por cuestiones de espacio y formato. Por otra parte, creemos que no es muy arriesgado ni innovador proponer que este movimiento social ha tenido como una de sus características la amplia y variada gama de intervenciones, de las cuales ha hecho uso para visibilizar algunas de sus demandas. Desde la vieja y querida marcha, pasando por el panfleto (creativo, denunciante, rebelde y subversivo), hasta intervenciones cuyos orígenes y desarrollo se relacionan a propuestas foráneas como flashmobs, o aquellas que aluden directamente o se extraen de elementos de la cultura pop, como bailar Thriller frente a La Moneda por la Educación, la Genkidama por la Educación llevada a cabo en la Plaza de Armas de Santiago, etcétera; todas éstas hacen del movimiento en cuestión, por su abundancia y variedad, un terreno fértil para largas y profundas disquisiciones que, lamentablemente y como advertimos, no será posible efectuarlas en este espacio. 

     Celebramos sí, el despliegue creativo y la imaginación revolucionaria de nuestros jóvenes, de los estudiantes que protestan con gestos simbólicos llenos de ironía, como fue, por ejemplo, transformar los patios escolares en improvisadas playas vacacionales para burlarse de los intentos fallidos del ministro Lavín que quiso acallar el movimiento mediante el adelanto de las vacaciones. Imaginación y energía abundan entre estos estudiantes que no tienen miedo y que han demostrado que sus demandas no sólo son serias y legítimas, sino que además no están dispuestos a transar. Cada paso que da el gobierno, antes de acallarlos, les da nueva fuerza y sus respuestas ante el hostigamiento y la censura no dejan de expresar una lúdica lucidez que ha desafiado la mentalidad retrógrada de nuestros gobernantes y que ha terminado por ganar la simpatía de buena parte de la ciudadanía.

Adentrándonos ya en nuestro cometido, resulta interesante reparar en algunas de las manifestaciones gráficas que han acompañado al movimiento en cuestión: rústicos rayados en paredes con consignas alusivas a diversas aristas del movimiento, letreros o afiches pegados en los muros de la ciudad, el resurgimiento en este contexto de la técnica del stencil, rayados fugaces en los buses de la locomoción colectiva, pequeñas pegatinas repartidas en espacios públicos o privados, en señaléticas viales y paletas publicitarias, serigrafías plasmadas sobre tela o papel adheridas, entre otros, a infraestructuras citadinas como paraderos de buses, trenes de metro o escaños de plazas. Si queremos analizar y comprender estas expresiones, no debemos caer en el común error de separar la forma del fondo, el continente del contenido: para nosotras, los cientos de intervenciones gráficas que vuelven a poblar hoy las ciudades de nuestro país no surgen por casualidad, ni por vandalismo, ni por una pulsión bárbara o atávica de los estudiantes (interpretación comúnmente esgrimida por los sectores conservadores y reaccionarios). Creemos que este fenómeno es más complejo e intrincado de lo que estos sujetos, amparados en el culto a las nociones de orden y civilidad pública, se aventuran a proponer. Para nosotras, este estallido de intervenciones plásticas en el paisaje citadino no es más que un síntoma que demuestra claramente el hecho (extrañamente poco asumido por nuestras autoridades) de que EL lugar para estas demandas es, por definición, el espacio público. 
 
Foto de Kena Lorenzini
     Esta afirmación, que lanzamos con desparpajo, no es en modo alguno casual, nueva o azarosa. No consiste en una novedad proponer que el espacio o lugar, por antonomasia, de este tipo de demandas es el espacio público. Y podemos explicitar el por qué de esta relación: el espacio público físico -edificios, plazas, paraderos, postes y carteles- no representa otra cosa que la manifestación tangible de otro espacio, el espacio público simbólico, entendido a grandes rasgos como la participación ciudadana y democrática en/de la interacción discursiva llevada a cabo en la polis, la injerencia y participación directa de los ciudadanos en los rumbos que adquiere el accionar político (¡no politiquero!) de la Ciudad - Estado. Como lo establecen Rodríguez y Winchester, “cuando hablamos de espacio público urbano, nos referimos a una doble dimensión: el espacio público físico, y el espacio público como metáfora de una sociedad política. No son realidades separadas”. 

Foto de Kena Lorenzini
A través de esta cita, se desprende que la participación de cientos de individuos en los distintos eventos de carácter más o menos masivos, así como la estela o reguero de mensajes, símbolos, preguntas, exhortaciones, o improperios que deja a su paso (de los cuales el casual transeúnte resulta ser, en primer y último término, el receptor) es la traducción o manifestación palpable, concreta, del afán de participación y construcción EN DEMOCRACIA de la o las reformas a nuestro modelo educacional, más acordes con el justo y legítimo anhelo de la mayoría. Es el anhelo de diversos actores sociales por presenciar y participar del proceso de construir una nueva forma de ver y hacer educación en nuestro país. Así, sostenemos que una de las tribunas más relacionadas a esta misma demanda que hacen diversos actores en el marco de las movilizaciones es el espacio público, pues es en la recuperación del mismo (ya sea físico o simbólico) donde se encuentra la apertura de los canales de participación o representación que la ciudadanía busca. La violenta represión ejercida contra los manifestantes del 4 de agosto pasado, la negativa del gobierno a autorizar la marcha y la respuesta de los estudiantes de marchar igualmente, reivindicando su derecho a manifestarse en el espacio público como modo legítimo de hacer efectiva nuestra condición de ciudadanos/as que actúan en y configuran este espacio público, no fue sino el alcance del punto álgido en esta disputa por la apropiación de un espacio que por definición le pertenece al pueblo.

Foto de Kena Lorenzini
Por otra parte, tampoco responde a una suerte de karma social el hecho de que, ante estas esporádicas convulsiones ciudadanas, las calles o infraestructuras citadinas se pueblen de estos mensajes. Como dijimos, esto se explica si entendemos que ciertas demandas (como qué tipo de educación anhelamos tener) tienen como raíz y razón el espacio público. Pero también debemos tener presente que quienes poseen los medios o canales de comunicación masiva son, en su mayoría, quienes detentan también la hegemonía del poder político y económico (¿o debiésemos mencionarlos a la inversa?). Por lo tanto, los mensajes transmitidos por los medios están subordinados a y son cómplices de la ideología que detentan sus dueños. A pesar de este adverso escenario de carencia de medios institucionalizados para la producción y difusión de mensajes, las clases subalternas no renuncian jamás a la producción y transmisión de discursos que manifiesten sus inquietudes. Es ahí donde volvemos a la noción de espacio público. ¿Qué otro lugar si no es este espacio (tanto en lo que tiene de colectivo, de multitudinario, como en lo que tiene de opuesto al espacio privado) serviría como adecuado soporte o continente para estos mensajes? ¿Con qué otra efectiva tribuna contarían estos ciudadanos?
 
     A partir de todo lo expuesto, podríamos cerrar esta reflexión sobre las intervenciones gráficas generadas en el marco de las últimas movilizaciones estudiantiles, acercándonos a dos posibles conclusiones. La primera es que estos mensajes encarnan la exigencia, por parte de la ciudadanía, de su re-inclusión en la cosa pública, la vuelta de los ciudadanos/as a dirimir sobre cuestiones que son esenciales no solamente dentro de una determinada cotidianeidad, sino que dentro del debate sobre qué clase de país queremos ser, qué clase de educación (nosotros, los ciudadanxs) anhelamos construir, tener y vivir, y, por último, qué clase de ciudadanxs queremos para nuestra sociedad. La segunda, es que la profusión de discursos visuales que han resurgido por estos días no corresponden exclusivamente a una disputa por el espacio, sino que también a una disputa por la voz, por la capacidad (o incapacidad) de transmitir un mensaje que sea captado por determinados receptores.
 
     En resumen, podríamos decir que lo que está en juego ahora, en el contexto de las movilizaciones estudiantiles (y probablemente las próximas, las que vendrán), es la representación de los ciudadanos, o de quienes integramos este país, en el devenir de los procesos económicos, políticos y sociales que constituyen o tejen, a la larga, aquello que llamamos Historia. La exigencia de la ciudadanía dentro de la participación política y, por ende, su reinclusión en la arena verdaderamente política, democrática, de nuestro país. Mientras esto no pase y los posibles canales mencionados no se transformen de manera efectiva, las paredes continuarán transmitiendo mensajes en la bastarda (y amenazante) lengua del margen, del borde, de los sujetos desconocidos o anónimos de la ciudad. Pero cabe la pregunta, ¿por cuánto tiempo más? ¿Cuánto tiempo más los ciudadanxs permanecerán ahí, excluidos de la hegemonía discursiva del sistema neoliberal que pesa sobre nuestro país?

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La justicia no se vota, no se plebiscita: sobre la Ley de Caducidad en Uruguay


          El jueves 19 de mayo de 2011 se cerró una pequeña etapa en la historia política y social uruguaya que, como todo movimiento dialéctico, abrió otra. Se votó en la cámara de diputados la Ley Interpretativa (de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado). Hagamos un rápido y breve repaso histórico de la Ley de Caducidad, o Ley de Impunidad. Después de la salida de la dictadura en Uruguay (el 14 de marzo de 1985), luego de largas negociaciones entre el gobierno y los milicos, el parlamento votó y aprobó la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado en diciembre de 1986. A muy grandes rasgos, ésta es una ley que impide investigar y juzgar las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, por lo tanto se erige como un tipo de amnistía para represores y torturadores. Luego, la izquierda hizo una larga campaña por plebiscitarla, lo que se logra en 1989, donde el voto verde (por la anulación de la Ley de Caducidad) perdió frente al voto amarillo (a favor de la ley). Esta derrota fue un duro golpe. Y en octubre de 2009, nuevamente por iniciativa de organizaciones sociales y políticas, se volvió a plebiscitar. Pero el plebiscito de octubre volvió a ratificar la ley. No entraremos aquí en las circunstancias de cada uno de los plebiscitos, solo decir que el primero se dio en un clima de profundo temor instalado en la sociedad; en el segundo solo existió una papeleta (la rosada, a favor de la anulación), pero no había otro voto (en contra de la anulación). Luego de esto, entre septiembre de 2010 y mayo de 2011, tuvo lugar un largo debate parlamentario, que no se plasmó en una necesaria discusión-movilización social, en torno a la Ley Interpretativa. Con respecto a esto último, aquí nos interesa dejar planteada una breve reflexión sobre los últimos hechos acontecidos en Uruguay durante las últimas semanas.


     La gran función circense del jueves 19 de mayo, donde se votó la Ley Interpretativa en la cámara de diputados (después de haber sido votada y ratificada en la cámara de senadores en abril de 2011), terminó con un empate de 49 votos a favor (bancada del Frente Amplio, FA) y 49 votos en contra (bancada de blancos y colorados). Números que no sólo expresan un empate cuantitativo, sino que también nos hablan de cómo, entre ellos, los matices se van decolorando. Y se funden cada vez más los colores de unos con otros en su reconciliación, llevando a la práctica un discurso perverso que gira en torno a la necesidad de perdonar y dejar los odios de lado, como quedó explícitamente claro el 18 de mayo de 2011, en el discurso de Mujica –“el ex guerrillero”- en el día del Ejército uruguayo. Yo no sé por qué en este punto pienso en los veinte años de Concertación post dictadura en Chile. 



          En esa votación, el FA sacrificó un caballo en la partida, construyó su nuevo chivo expiatorio: Víctor Semproni, el diputado que no votó, al que Mujica mandató para que no votara la Ley Interpretativa. Tanta renegación, tanta hipocresía y desfachatez no se aguanta, no se soporta. Había que sacrificar una pieza del tablero para intentar aplacar el descontento que se expande lenta y subterráneamente entre nosotros/as, y para no romper los pactos con el diablo, para no despertar la ira de los hombres de verde, siempre atentos a toda movida en la partida, ellos también juegan. Y cómo lo hacen saber: amenazando al pueblo, y secuestrando, torturando, asesinando y despareciendo a testigos. Todo estaba arreglado, todos y todas sabíamos ya el resultado antes que empezara la función. Una cortina de humo más que busca confundirnos, pero nosotros/as no nos mareamos, no se desvanecen nuestras certezas, al contrario, con más fuerza afirmamos nuestras convicciones. Ellos centraron, estratégicamente, la atención en la votación de la Ley Interpretativa –que tampoco anula la ley de caducidad-, despejando así un poco la cancha para la impunidad de los milicos. Y creen que el pueblo es hueón!  Ahora nos vienen con la derogación de la Ley de Caducidad, que tampoco la anula, y peor aún, mantiene la impunidad de torturadores y represores. Porque los crímenes que ya fueron “amnistiados” hacia atrás, bajo la caducidad, no pueden ser juzgados. Sólo pueden serlo los que se cometan desde el momento de la derogación (enredos jurídico-legales que mantienen el tema entre leguleyos, y operan como voladero de luces).

          El problema no es sí la ley o no ley. El problema es el poder de las FFAA, que siguen negociando regalías y privilegios, que siguen generando ganancias de los robos que le hicieron al pueblo, que siguen actuando con toda impunidad. Y, lo más importante, nuestro desafío es cómo construimos proyectos y alternativas para las mayorías. Y para esto, cómo acumulamos fuerzas…La impunidad no se interpreta se condena! La justicia no se vota, no se plebiscita, se construye a medida que se construye un mundo nuevo todos los días! La ambición de dinero y poder se alimenta, como una rata, de la miseria y de la injusticia. Por eso la lucha contra la impunidad y la pobreza es tan pasada como actual: la miseria y la explotación de hoy hacen parte del mismo proceso histórico en que nos pusieron las botas encima, con el que inauguraron, a sangre y fuego, una nueva etapa para el sistema económico, imponiendo un modelo arrasador abusador y avasallador de la vida humana y de la humanidad toda. La lucha de clases es eso, sigue siendo el motor de la historia. Y por eso los pueblos del mundo entero -y bien lo han gritado y hecho saber los pueblos árabes del norte de África y de medio Oriente- tienen mucho por construir. Bien lo hizo saber el pueblo uruguayo en la calle el 20 de mayo (“Marcha del Silencio”, que es la marcha que Familiares organiza todos los años contra la violación de los DDHH y la desaparición de personas). Hubimos cien mil personas repudiando el manoseo asqueroso que está haciendo el gobierno con los DDHH, demostrando nuestra rabia, nuestra fuerza y nuestro amor por la vida. ¡La lucha, siempre tan nueva como antigua, sigue y es todos los días! Arriba los/as que luchan.


¡LA IMPUNIDAD NO SE INTERPRETA NI SE PLEBISCITA, SE CONDENA!


¡NI OLVIDO NI PERDÓN, JUICIO Y CASTIGO!

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Crónicas y tradiciones de mujeres: Bárbara Délano


     Estimados amigos y amigas, hoy presentamos en nuestro blog el texto de una colaboradora, la poeta Carmen García, quien gentilmente ha querido publicar uno de sus trabajos en nuestra sección de "Crónicas y tradiciones de mujeres". Lea aquí su columna sobre la poeta Bárbara Délano.

 
BÁRBARA DÉLANO:
“PORQUE NO SOY YO LA QUE HABLA
ME HE TENDIDO EN LA COLINA PARA QUE HABLE EL MAR”


Hay algo de Bárbara Délano que escapa de la realidad. Como si habitara un espacio mítico, junto a todos aquellos que murieron jóvenes. Un lugar donde brilla con una luz inalcanzable. Y nosotros sólo vemos los destellos, el rumor de algo que no podemos dimensionar.

     No se puede hablar de Bárbara Délano sin hablar de su poesía. Su imaginario poético y su vida se entrelazan constantemente. Van de la mano. Como un mismo y único testimonio. Y es que hay algo común a toda buena poesía. Un factor que permanece inalterable. Una voz que se sitúa en un principio anterior a la historia. El poeta como profeta. El poeta como aquel que ve lo que otros no pueden ver. El poeta vidente al que aspiraba Rimbaud. Por su boca habla el espíritu, decía Paz.

     Bárbara Délano provenía de una familia de escritores. Nieta de Luis Enrique Délano, hija de Poli Délano y María Luisa Azócar. Es casi seguro que fue concebida en un barco, bajo el nivel del mar.  Poeta temprana, su primer poema lo publicó a los ocho años en el diario “La Última Hora”. Era un poema dedicado a su abuelo, escrito tras el impacto que le causó verlo hospitalizado. El primer libro lo publicó a los dieciocho. “México-Santiago” fue un libro artesanal, hecho a pulso, que contenía los poemas de Bárbara y los grabados del pintor mexicano Marcos Limenes.  


     El vínculo con México comenzó tempranamente. Con las visitas que Bárbara hacia cada verano a su padre, entonces exiliado en la capital mexicana.  En esas viajes, compartió con muchos escritores, incluido el mítico grupo de los infrarealistas.
 

    Su juventud temprana estuvo marcada por la militancia política. Miembro del Partido Comunista y de la Unión de Escritores Jóvenes, Délano parecía no temer a las consecuencias de formar parte activa de la oposición al Gobierno Militar.  Participó en huelgas de hambre. Fue arrestada tres veces durante la dictadura. Señora, si la CNI me la pide, voy a tener que entregarla, le dijo un Capitán de Carabineros a María Luisa, su madre. Bárbara corría peligro. Su madre insistió en que se fuera a México.  Y Bárbara se fue. Abandonó el entonces agitado Chile con su compañero de ruta, Sergio Rebolledo.
 

     Las marcas que dejó en ella la dictadura no se borrarán más. Hubo un antes y un después. Los amigos desaparecidos, la familia exiliada, el país devastado. Todos desfilarán luego en su obra poética. Un imaginario de muerte y memoria que quedará plasmado en “El Rumor de la Niebla”. Publicado en una edición bilingüe en Canadá en 1984, la escritura de este libro se desarrolla entre esos últimos años en Chile y su estadía en México. Años durante los cuales fue estudiante de Sociología en la UNAM, donde se titula con honores. 

     En 1987 regresa al país. Comparte departamento con el escritor Roberto Brodsky, amigo entrañable. Trabaja en el Centro de Estudios de la Mujer. El interés por los estudios de género quedará luego plasmado en el proyecto poético que desarrolla como becaria de la Fundación Pablo Neruda. Era 1988 y se formaba la primera generación del taller de poesía de la Fundación. Una generación que dejó una profunda huella en la poesía chilena. 


      “Baño de Mujeres” es el título con el que bautizó este proyecto de libro. Una apuesta por explorar un lenguaje diferente. Por hacerse cargo de la voz del género. Donde la mujer es abusada, marginal. Una aproximación violenta, desprovista de metáfora. No está de más decir que “Baño de Mujeres” se aleja del resto de la obra de Délano. Razón por la que probablemente permaneció inédito hasta la publicación de “Cuadernos de Bárbara” en 2006. Libro que recopila su obra poética, distinguido con el premio “Altazor” y que tristemente nunca llegó a librerías. 


      Durante estos años en Chile, Bárbara se refugia durante seis meses en la casa familiar de Cartagena. En ese lugar, su abuelo Luis Enrique Délano pintó un mural donde retrata a Bárbara niña, bajo el agua y con una copa en la mano. Otra vez el mar. El mar que la reclama desde pequeña. Escribe. Probablemente en este período comienza con la escritura de “Playas de Fuego”, su obra cúlmine, que será publicada pocos años después de su muerte. 

      Al poco tiempo vuelve a México a visitar a su hermana Viviana. Le ofrecen un trabajo y decide quedarse. Sus padres son los encargados de enviarle sus cosas. En México continúa con la escritura del poemario. Ella escribe sigilosamente. Probablemente corrige mucho.  Pero por sobre todo, intuye.
 
    El olor del mar azota mi rostro/ queriendo decirme algo/ que no me atrevo a comprender, dice Bárbara en “Playas de Fuego”. Ella y el mar siempre fueron de la mano. Un mar que habla a través de ella. Un mar donde se escucha a los muertos, un espejo para ser mirado por los ojos de Dios. Todo lo que se pierde va a dar al mar. Ella se sitúa en la orilla, a un costado, en la colina, desde donde observa el abismo desconocido de las aguas y lo escucha. Conoce su lenguaje, lo sabe interpretar: El mar pronto fue una bóveda encerrando todos los secretos/ todas las visiones.

     Viaja intermitentemente a Chile. A ver a la familia. A los amigos. A un novio que dejó. Inicia una maestría en edición. Esto hasta octubre de 1996. Ese año, Bárbara decide dar una sorpresa a sus padres. Viajará a Chile sin que ellos lo sepan. Los amigos en cambio, le tenían preparada una fiesta. Antes, pasa unos días por Lima. Ahí se reúne con viejos conocidos. El poeta Antonio Cisneros entre ellos. Talla su nombre en la mesa de un restaurante limeño. Va tarde a su vuelo. Quédate un día más, le dicen. Es la última en embarcar. Bromea con Cisneros: si el avión se cae, avísale a mis padres. El avión se estrella en el mar. Bárbara se vuelve poema.

     En su computador se encontraron muchas versiones de “Playas de Fuego”. El libro está cargado de mensajes donde la palabra poética es un anuncio y la poeta una visionaria. Un libro escrito desde la sospecha del inconsciente. Una poesía que trasciende al poeta. La metáfora del libro se materializa en Délano. Poesía y vida nuevamente de la mano. Bárbara anticipa los hechos que marcaron su muerte a través de la creación poética. Entonces la metáfora deja de estar en el plano de la imaginación y se encarna, cobra vida en la poeta. Bárbara se vuelve símbolo, palabra.

   Pero el libro no es sólo una visión profética. Esta lectura dialoga permanentemente con el testimonio de un país devastado. Con nuestra violenta historia política, con el sueño de la juventud abruptamente interrumpido. Nos habían dejado sin casa  sin sueños/sin escuela y nuestros padres se fueron/ y los vecinos se arrinconaron en sus cocinas/ y cuando llegaron a preguntarles dieron nuestros nombres/ y entonces llegaron a nuestra casa.
 

    “Playas de Fuego” es esencial para entender el lugar de donde proviene la poesía, el lugar que subyace detrás de la palabra. Desde dónde se habla cuando se escribe, quién es el que habla. En este libro se materializa lo que Blake llamó la imaginación como visión divina.
 
     Ahora ella descansa en el fondo del mar. Es su poesía la que trasciende, encandila. Porque Bárbara encandilaba. Poseía una belleza antigua. Era coqueta. Chispeante. También doliente. Misteriosa. Delicada. Libre. Con fuego en los ojos. En eso todos coinciden. Atravesaba con la mirada. Y era querida. Muy querida.



por Carmen García

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Crónicas y tradiciones de mujeres. Pagú o la rebelión de las musas

 

          Hace un par de semanas partió al Olimpo de las deidades de Hollywood la muy icónica Elizabeth Taylor, musa del cine que será recordada como la Cleopatra de los ojos violeta, la fémina seductora que contrajo nupcias como quien se cambiaba los calcetines viejos, y que tuvo una tórrida y violenta relación con Richard Burton. Estos atributos son los que afloran a la memoria al hablar de la diva hollywoodense y no sus cualidades como sólida intérprete, ni su lucha contra el sida y los prejuicios que acarreaba esta enfermedad en la década de los ochenta. Ni su apoyo incondicional a la comunidad homosexual ni su enorme trabajo actoral que trascendió con mucho su belleza física (véase, por ejemplo, Quien le teme a Virginia Woolf, de 1966). Así es el país de las musas, mujeres que viven en el imaginario colectivo, elevadas en altares de mármol como figuras petrificadas, hechas para la contemplación y deificadas como princesas inmóviles, presas en su papel de objetos de adoración. La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa? Habría que preguntarle a Marilyn Monroe.

          Claro que existen algunas atrevidas capaces de subvertir aquel destino, tal es el caso de Patricia Galvão (1910 – 1962), más conocida como Pagú. La Pagú fue una chica brasileña nacida en la ciudad de São João da Boa Vista, Sao Paulo, en el seno de una familia conservadora de la alta burguesía. Pero ya a sus quince años aparecían los despuntes de su personalidad singular: mientras otras jovencitas suspiraban por Rodolfo Valentino ella era fan de Luis Carlos Prestes, el famoso líder comunista que en 1924 había recorrido varios estados de Brasil con un grupo de rebeldes que intentaron derrocar la República Vieja.


Ya a sus 18 años se divertía alborotando a la buena sociedad paulista, hizo sus buenas migas con los poetas y artistas del modernismo –el movimiento de vanguardia brasileño de los años 20 y 30- que transformó a Pagú en su musa, en la mascota femenina del movimiento. Y es que esta mujer de boca gruesa e hipnóticos ojos verdes, gozaba al escandalizar a la moralista burguesía de su ciudad con indumentarias osadas, blusas transparentes, su famoso pelo rizado, revuelto y salvaje, y sus labios de rojo intenso; que se paseaba por los cafés fumando cigarrillos y soltando palabrotas: indomable y de ideas fuertes, Pagú no quería ser mujer domesticada por el conservadurismo de la época.
Pero tampoco se conformó con ser simple musa de los enfants terribles de las letras paulistas, ella también fue escritora por su cuenta, periodista, activista y hasta dibujante de ocasión. Y no sólo escribió la primera novela de la literatura brasileña que retrató el mundo obrero, la revolucionaria Parque Industrial (1933), sino que de entre los modernistas fue la más activa y valiente en su militancia política.
           Pagú ya en su temprana juventud decidió unirse a las filas del Partido Comunista Brasileño, y su compromiso con la izquierda fue evidente en sus artículos de prensa en periódicos como O Homem do Povo, donde su escritura mordaz atacó sin piedad a la burguesía, al clero y a las feministas de salón de la oligarquía, que no hacían asco en exigir el voto femenino mientras mantenían a sus sirvientas mulatas y negras en condiciones míseras de existencia. Pero su activismo no se limitó a las armas de las letras, Pagú participaba en cuanta marcha y protesta se organizaba y a veces, revólver en mano, lideraba a los agitadores. Su coraje le valió 23 condenas a prisión a lo largo de su vida, su más largo presidio duró cinco años (1935-1940), durante los cuales fue también torturada.

Cuando fue puesta en libertad renunció al Partido Comunista que ya le había quedado chico, la institución partidaria nunca se sintió muy cómoda con esta mujer escandalosa: ya la había obligado a publicar su novela con seudónimo y durante su presidio más largo le negó apoyo y le dio la espalda. Pagú sin embargo no abandonó nunca su militancia de izquierda, se unió al ala trotskista del socialismo y continuó siendo periodista cultural, con una fe férrea en el arte como forma de transformar la sociedad. Inteligente como era, no se dejaba convencer por una idea panfletaria de la literatura, sino que defendía el mérito estético como principal atributo del arte. Convencida en que sólo un arte de calidad y no panfletario tendría el verdadero potencial para transformar la sociedad capitalista, se dedicó a difundir a través de la prensa la obra de artistas poco conocidos en ese entonces en Brasil, como Fernando Pessoa o Eugenio Ionesco (a quien además tradujo). Sus artículos combinaban la crítica esclarecida con la vocación de pedagógica difusión, ella escribió para ser leída y entendida por un público amplio. Nunca abandonó sus incansables actividades, pero murió tempranamente de cáncer a los 52 años, con una salud que había sido mermada considerablemente después de sus varios encarcelamientos.

          Rita Lee y Zelia Duncan, cantantes brasileñas, compusieron una canción inspirada en Pagú cuyo coro dice “soy más macho que muchos hombres”. Y así fue Patricia Galvão, mujer múltiple y sin límites; creadora, militante, corajuda; una líder, un ejemplo y una compañera. Mucho más que una musa y, sin duda, mucho más que muchos hombres.

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Crónicas y tradiciones de mujeres: la Quintrala o el horror a la mezcla



El que no es Lisperguer es mulato.


          Que las damas de nuestra capital pongan el grito en el cielo y los caballeros rajen sus honorables vestiduras cuando carabineros –un amigo siempre- apresa a un despistado transeúnte sólo por el hecho de ser negro; que nos sorprenda que al mismo actor que vestido de turista gringo zarandeaba su cámara en las narices de la policía verde se le abran las puertas de La Moneda, mientras se le cierran vestido de poncho y cinto mapuche; todas estas son cuestiones que ponen en evidencia hasta qué punto nos negamos a aceptar una de las características más arraigadas y despreciables de nuestra idiosincrasia: el profundo sentimiento de desprecio por las razas morenas, la pretensión de nuestra ascendiente “blanca y pura”, una mentira que Chile se ha contado a sí mismo y que anida como una rata secreta en nuestros corazones.
Basta a la reflexión un solo ejemplo.

          Muchas son las características que hacen de doña Catalina de los Ríos y Lisperguer, la Quintrala, una figura emblemática, un ícono: fue una mujer presumiblemente hermosa, poseedora de gran riqueza, acusada de cometer diversos crímenes pasionales y reconocida por ejercer con bastante libertad -para un siglo XVII en el Reino de Chile- su derecho a cacha. Pero es el carácter mestizo de su identidad lo que la hace inaprensible. La Quintrala fue nieta de la Cacica de Talagante y en la mitología que en torno a ella tejieron mujeres y hombres de letras -tales como Magdalena Petit, Mercedes Valdivieso y Gustavo Frías, entre otros- esta herencia indígena cobra un sentido profundo.

          Si bien causaba recelo que Catalina fuera una rica encomendera, es decir, una mujer en posesión de grandes extensiones de tierra e indios para trabajarla, fue realmente el carácter mezclado de su estirpe lo que hizo de su figura un sujeto peligroso, ya que sus lealtades políticas no eran claras y puras como la de cualquier español de sangre limpia y sin mezcla. Así también eran turbias las inclinaciones de su corazón, y por las comarcas aledañas a su hacienda crecieron las murmuraciones sobre su talante bravo y fogoso, sus múltiples amoríos y su inclinación a la crueldad. Y no podía ser de otro modo en una colonia que aún no asentaba el dominio absoluto del territorio, en ese convulso siglo en el que la cotidianidad de la ciudad de Santiago y sus disposiciones sociales y afectivas seguían marcadas por el ritmo de la Guerra de Arauco, que parecía no querer cesar.


          La pulsión de muerte, la lascivia, la violencia y el descontrol que suelen acompañar los relatos de la vida de Catalina de los Ríos Lisperguer, se explican entonces a través de la impureza de su sangre: sangre española, sangre alemana, sangre india.
          Es pues, a través de los guiños de la vida de esta mujer, que podemos leer la fuerza de los discursos que han construido una visión históricamente marcada por la discriminación racial, sobre todo respecto a estos sujetos del Nuevo Mundo, novedosos en la calidad de su constitución identitaria, inclasificables pero nunca necesariamente ajenos. El mestizo interpela al blanco: es su hijo.

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"Quien habla o escribe mal piensa mal, poco o nada": perorata sobre el periodismo en Chile


Amigas y amigos: ha llegado noviembre, la primavera y la Teletón; todos hitos clásicos del fin de año en nuestro país, y en las postrimerías de este 2010 comienzan las evaluaciones. A nuestro juicio uno de los temas a reflexionar en este sacudido bicentenario es el papel de la prensa en la opinión pública y su responsabilidad, en tanto medio de comunicación, en la formación de imaginarios que inciden en el comportamiento político, cultural y social de las y los ciudadanas/os. Eventos cubiertos por la prensa hasta el hartazgo, como el desastre de la mina San José (con líos de falda incluidos) y las catastróficas consecuencias del terremoto del pasado 27 de febrero, con lacrimógenos testimonios que incluyeron la explotación de aquel niño conocido como Víctor "Zafrada" Díaz; y la pobre o nula fiscalización del Consejo Nacional de Televisión (que prefiere multar un inocuo sketch del Club de la Comedia) ante el morbo de la televisión actual, carente de contenidos y de aportes verdaderamente significativos a la cultura y a la necesidad de información de las y los televidentes. Hace falta periodismo de calidad en Chile.

Por esta razón, un nuevo aliado se une al grueso grupo de inconformistas que apoyan el proyecto crítico de Sin Fama ni Gloria, con una columna que analiza el periodismo en Chile a partir de un caso concreto, el reportaje de Informe Especial "Radiografía del Transantiago", emitido por TVN. 
Dejamos con ustedes a Ney Fernandes, traductor y corrector independiente, gestor del proyecto Filigrana Traducciones.




perorata sobre el periodismo en Chile

Hace algunas semanas vi la edición de Informe Especial sobre Transantiago en Televisión Nacional de Chile, y como muchas otras veces terminé ofendido por la forma que tiene el periodismo chileno de presentar temas de interés público. Me ofenden la superficialidad, la estigmatización y el sensacionalismo. Me ofende, como siempre, la paupérrima calidad de expresión de los redactores del programa y la abundancia de aserciones infantiles y mal articuladas. Me ofende y me ofenderá siempre la incapacidad de buena parte de los periodistas chilenos de producir textos decentes y reflexiones bien expresadas. 
Sin duda ya era hora de que alguien mostrara las deficiencias del Transantiago que muchos se niegan a ver (como el ex ministro Cortázar y otros defensores de las supuestas mejoras que ha tenido el sistema desde que se puso en marcha). Muchas veces me imaginé haciendo lo mismo que la periodista de TVN, al lado de un ministro, mostrándole el humo negro que exhalan buses que recién entablan su tercer año de circulación por las calles de Santiago, y el estado deplorable en el que se encuentran. Mostrándole la brutalidad y la estupidez que caracteriza el estilo de conducción de los choferes. Esos son hechos que se comprueban a simple vista y que había que mostrar.

El problema se da cuando una periodista construye su texto en torno a juicios de valor y opiniones moralistas que lindan, hay que decirlo, con el clasismo y el arribismo. El problema se agrava cuando el discurso se vuelve superficial y los juicios emitidos una y otra vez con recalcitrante cursilería se convierten en estigmas.

“Nuevamente nos encontramos con el desolador panorama de la evasión”, nos dice el texto de los autores de este reportaje, sin intuir que las imágenes son lo suficientemente claras y preocupantes para permitir al telespectador formarse una opinión propia sobre lo que ve. “Por la puerta delantera, algunos pasajeros ordenados y honrados pagan su pasaje”, sentencia esta perspicaz observadora del comportamiento humano.

El reportaje continúa y nos muestra un grupo de jóvenes entregados a actividades hedonistas sin duda inapropiadas para el lugar donde se desarrollan. La narración se llena de calificativos y el discurso cobra una carga moralista que viola ese espacio mínimo de libertad que se debería dejar al telespectador para juzgar lo que ve. Y es que Informe Especial cae en el error de simplificar fenómenos sociales y urbanos complejos y merecedores de un análisis mucho más profundo y concienzudo. Fenómenos que sin duda van mucho más allá de la mera honradez y que a lo mejor cabría aprehender y cuestionar más bien como señales de una sociedad que vive un malestar profundo, una sociedad esquizofrénica, entrampada entre las tetas siliconadas de Morandé con Compañía y los discursos moralistas y anacrónicos de sus curas Opus Dei. Fenómenos que podrían ser síntomas del estado de confusión identitaria, cultural e intelectual en el que se hunde un pueblo agobiado por el hiperconsumismo y por la hipocresía consistente en estigmatizar y condenar a quienes se emborrachan y arman escándalo en la parte trasera de un bus cuando, acto seguido, los comerciales televisivos muestran voluptuosas mujeres promocionando el consumo de pisco, cerveza y vino. 

Fenómenos que, en boca de una periodista que dice barbaridades como “una cifra casi la mitad más baja de lo registrado…” y cuya calidad de redacción se equipara a la de un niño, terminan convertidos en generalidades pueriles que a mi parecer son una ofensa a la inteligencia colectiva. A todos debería ofendernos el hecho de que TVN siga el ejemplo de los canales privados que contribuyen a deseducar a la sociedad a punta de sensacionalismo. A todos debería ofendernos que el formato del programa tenga redundancias como los recuadros estadísticos que dicen “40 % de evasión” y justo debajo estimen necesario explicar: “o sea, los que no pagan”.

Un periodista, insisto e insistiré siempre, que tiene la obligación de saber expresarse al menos correctamente por escrito, debería saber que el exceso de adjetivos y construcciones calificativas en este tipo de reportajes resta fuerza al discurso y empobrece el texto, máxime cuando el desconocimiento de la lengua se traduce en redundancias y oraciones poco felices como “vamos a tomar el tiempo de cuánto demora la revisión” o “notamos reacciones adversas hacia la conducta del no pago”.

Pues ya ven: en Chile, país de ingenieros y tecnócratas donde la prioridad es poner a disposición de la gente mecanismos de consumo y endeudamiento hasta la coronilla, donde la cultura con sentido mayúsculo queda relegada al ostracismo y donde se subestima la importancia de la educación en sentido amplio, muchos periodistas escriben y hablan como niños. Y si el verbo es pobre, también lo es el pensamiento. Y cuando hablo de educación en sentido amplio, me refiero a esa educación que va desde saber inculcar normas de conducta social (y para esto antes que nada hay que poner fin a innumerables hipocresías de la sociedad chilena) hasta enseñar a las futuras generaciones a expresarse y a escribir correctamente, para que dentro de diez o veinte años tengamos periodistas de verdad, y que los tecnócratas del sucesor del Transantiago sepan para qué demonios sirven las mayúsculas y no escriban letreros que digan “Las Puertas abren hacia adentro”. 

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La Música Popular Chilena



        Hoy, 4 de octubre, celebramos el natalicio de Violeta del Carmen Parra Sandoval, nuestra Violeta, quien habría cumplido 93 años. También hoy se cumple un año de la muerte de la cantante y abanderada del folclor latinoamericano Mercedes Sosa. Y qué mejor forma de conmemorar a estas dos insignes mujeres que reflexionando sobre aquel arte que les movía el corazón, la voz y las manos: la musica folclórica y popular. En esta ocasión nos pareció valioso rescatar y difundir la opinión de un músico chileno que ha destacado no sólo por la calidad de su trabajo y su trayectoria, sino a demás por su consecuencia y su profunda convicción de la necesidad de rescatar una tradición musical que anda medio perdida, medio empolvada en el fondo del baúl de nuestra memoria histórica. Dejamos, entonces, con ustedes, en exclusiva para nuestro blog, la columna del bajista y compositor Ernesto Holman





La música popular chilena, primera entrega

Luego de que se publicara la ley del 20% que obliga a las radios a tocar música chilena, entre los artistas se crea la expectativa de que por fin va a despegar un elemento aparentemente muy olvidado por nuestra sociedad: nuestra música, la música chilena y/o la música hecha en Chile. En la actualidad la radio juega un papel fundamental en la difusión de este arte, dicho en otras palabras: artista que no está en la radio NO EXISTE…… Y aunque actualmente Internet juega un rol importante con plataformas como MySpace o Facebook, que ayudan al artista a darse a conocer, aún así la radio sigue siendo el principal motor de difusión, puesto que es un mecanismo que está instalado históricamente dentro del sistema y que trabaja casi hasta en los niveles de inconsciencia de nuestra sociedad, la radio hace que siempre haya música en “el aire”.

    Pero es en este punto en donde se debe hacer la siguiente reflexión: ¿son los programadores de radio los culpables de la ausencia de la música chilena en sus emisoras? ¿o no será también que al público medio de nuestro país no le interesa la música hecha en Chile, que cuando encuestan al chileno o chilena siempre va a decir que apoya a los artistas coterráneos, pero en la práctica no compra sus cds ni asiste a sus presentaciones?

    Según mi teoría el problema radica en la falta de autenticidad e identidad en los músicos chilenos al momento de crear, ya que sus referentes estéticos provienen de otras latitudes, ignorando siempre –y en ocasiones con cierto desprecio- los elementos esenciales que nos aporta la tierra en que vivimos, como lo son los ritmos y las características típicas de nuestra cultura chilena. Los ritmos del choike purrún y la cueca son por esencia los ritmos basales de nuestra sociedad, los aporta la tierra al igual que todos los frutos que nacen de ella y que nos hacen diferenciarnos de otras tierras con otras geografías y otros ritmos, asumiendo que cada zona telúrica tiene características propias (baste observar a Brasil, Colombia o Bolivia, tres entre muchos ejemplos posibles).

      Aunque el tema de la globalización y la tecnología nos involucra a todos por igual, y aunque pisemos sobre asfalto y cemento, la tierra que subyace a nuestros pies nos aporta sus frutos y nos reclama reconocimiento. Los ritmos antes mencionados –cueca y choike purrún- laten en las papas y los tomates cosechados en estas latitudes. Los llevamos en la sangre y el no vivificarlos y activarlos hace que estén estancados en el ser, y como consecuencia su no manifestación nos conduce inevitablemente a una cadena de enfermedades típicamente actuales, comenzando por las sicológicas con sus respectivas somatizaciones (no olvidemos el alto índice de depresión en nuestro país). ¡Tremenda deuda que tenemos los artistas músicos con nuestro pueblo! Esa es la auténtica misión que tenemos: despertar y vivificar esa energía telúrica almacenada en el ser del chileno para que éste se desarrolle espiritualmente y en plenitud, hacer lo contrario o no hacerlo  lleva al  músico al plano hedonista y egocéntrico del arte sin sentido.

    ¿Y por qué el músico chileno se olvidó de los ritmos de su tierra?

    Un poco de historia y análisis….

    Para entender el origen del problema tendremos que poner al cine norteamericano como el gran transmisor referente de una cultura imperialista, que impuso gustos y criterios a partir de un modelo de vida impositivo desde 1910 aproximadamente, y que tuvo su auge en las décadas de los ‘50 y ‘60. Esta cultura imperialista fue –y sigue siendo– la gran “reseteadora y formateadora” que nos obliga a despreciar lo nuestro a cambio de acoger un nuevo modelo de vida tecnologizado, que portaba en su paquete cultural un nuevo tipo de música. Para quien quiera profundizar en el tema hay un artículo muy interesante en Internet titulado “Una mercancía irresistible. El cine norteamericano y su impacto en Chile, 1910-1930”. Presento a continuación un resumen de este trabajo:

      “El cine hollywoodense se transformó en una mercancía irresistible, que llegó a ser valorada por la sociedad chilena sin mayores distinciones sociales. Esto generó un enorme impacto social y cultural que situó a los Estados Unidos como un nuevo referente de modernidad “estilo norteamericano”. Éste se concibió como alcanzable a través del consumo del cine, estilos y manufacturas norteamericanas, lo que reforzó el imperialismo del mercado que Estados Unidos forjaba en el mundo en aquellas décadas”.

        En el plano de la música popular esta invasión generó un vacío en nuestra asumida modernidad debido a que los referentes o ídolos por los cuales se desmayaban y gritaban las jovencitas de los ‘50 (según se podía apreciar en las pantallas del cine) no se aparecían por nuestros lares: Elvis Presley jamás visitaría el gimnasio municipal de Curicó. Esta situación motivó la aparición de los “sucedáneos”, los “en vez de..” conocidos como Peter Rock, Danny Chilean, Pat Henry y un largo etcétera
Un curioso sucedáneo chilensis "Giovanni y sus dolcevitos"

       Un productor exitoso tuvo la genial idea de traer los vinilos de cantantes famosos norteamericanos y adaptar al castellano las letras. Las adaptaciones fueron grabadas por cantantes y grupos chilenos que alcanzaron su apogeo en lo que se llamó La Nueva Ola. Sin dejar de reconocer que en ese estilo aparecieron compositores locales con gran éxito –no todo era “cover”–. A partir de aquella Nueva Ola se instaló en Chile un estilo musical comercial ajustado al modelo norteamericano, que será nuestro referente hasta estos días. Durante la primera mitad de la década del sesenta este estilo compitió con el neo-folklore que tuvo como grandes exponentes a agrupaciones como los Cuatro Cuartos o Los de Ramón, entre  otros. Hacia la segunda mitad de los años 60’s el neo-folclor fue desplazado, por así decirlo, por la corriente de folklore latinoamericano conocida como Nueva Canción, que se articulaba a un movimiento político y social que en Chile fue impulsado por la Unidad Popular en los setenta para luego recibir otra “invasión” norteamericana durante la dictadura militar. La Nueva Canción Chilena, en la que predomina el folclor latinoamericano, y su prolongación a través de lo que se llamó el Canto Nuevo durante la dictadura, constituyeron una suerte de resistencia frente a esta invasión de la cultura yanqui.

       También durante la década del los sesenta la cueca, baile nacional obligado en toda fiesta, cedió paso al nuevo ritmo alegre de moda: la Cumbia, que en su versión comercial y chilensis, constituye una suerte de baile espontáneo en el que no se necesita de clases de baile para salir al ruedo como en la cueca. Durante la dictadura la cumbia pasó a ser el ritmo reinante en toda fiesta, incluso en las celebraciones dieciocheras. También hay otro factor importante que favoreció el relajo para que se impusiera este nuevo ritmo: la masificación del pisco y su posterior proceso evolutivo, la piscola.  Ambos, cumbia y piscola, pasaron a ser baile y bebida nacional respectivamente, desplazando al vino y la cueca de las fiestas públicas y privadas (actualmente está en proceso la dupla reggetón- ron).

       Este hábito de “sucedaneidad” de “ser como” se instaló en el alma del músico chileno, éste heredó la vieja tradición de ponerse como meta llegar a ser tan grande como los “gringos”, despreciando las tradiciones “fomes y aburridas” en comparación con la gran parafernalia gringa. Esto funcionaría maravillosamente si aún fuéramos isla como lo éramos en los sesenta, pero con la aparición y desarrollo de la televisión, el Internet y el neoliberalismo, los referentes nos visitan periódicamente y ya casi viven aquí, con You Tube los tengo en mi pantalla las veces que quiero y gratis… y veo con tristeza que la gente en su mayoría prefiere a los originales y no a las “copias” ¿o acaso creen que algún reggetonero chileno superará o igualará en cantidad de público en un estadio a Daddy Yankee? Este hecho sumerge a la música popular chilena en la mediocridad y en la indiferencia del pueblo. Hagamos el ejercicio de revisar la prensa chilena para ver cuántos reportajes al mes se le hace a los artistas chilenos o en qué programa de tv  participan (salvo el fenómeno de copia de moda: Américo).  Y lo peor de todo esto es que se pretende “obligar” por ley a las radios a tocar a estas copias y sucedáneos. Si a una persona con cáncer le duele la cabeza producto de la  metástasis, una aspirina no soluciona el problema.
      Por eso propongo un plan identitario, que dejemos de mirar al referente gringo o del norte y nos regocijemos en nuestros valores, en el gran capital que tenemos a nuestros pies y a través de nuestra historia, que combinemos la tecnología foránea con nuestra espiritualidad local y que esa sea nuestra propuesta  para alegrar a  nuestro pueblo y al mundo: con CHOIKE Y CUECA!

Ernesto Holman
Músico y bajista
http://www.ernestoholman.scd.cl/bio.htm