Las movilizaciones y la disputa por el espacio público

Foto de Luna Holman
     Mucha y muy variada información es la que ha circulado durante estos días, a través de distintos medios de comunicación, en torno a las demandas de los estudiantes que, a punta del esfuerzo desplegado por diversos movimientos sociales, han sido puestas en el centro del debate público chileno durante los últimos meses. Y aún cuando se trata de una de las aristas integrantes de la construcción de lo que denominamos ciudadanía, aún cuando cruza transversalmente nuestra sociedad contemporánea y cuando, inclusive, ocupa (o debería ocupar) un lugar central en las reflexiones y prácticas enmarcadas dentro del devenir de nuestra historia republicana; la problemática estudiantil se ha convertido, por estos días, en uno de los principales dolores de cabeza del gobierno de turno. 

     Y decimos “dolor de cabeza” pues este problema pasó de ser una actividad plagada de instituciones que, en sus prácticas diarias, rayan en lo delictivo y se encuentran definitivamente reñidas con toda posible “ética de la enseñanza” (si es que pudiésemos llamarla de ese modo); pasó de ser un tema de teorización o un ámbito de experimentación por parte de sectores hegemónicos como Ministerios varios o Centros de Pensamiento; pasó de ser otro de los serviles engranajes útiles para la reproducción de una ideología preponderante, entre otras cosas; para transformarse en una demanda generadora de movilizaciones que han convocado a miles de ciudadanos en diversas regiones de nuestro país. Lo que hoy moviliza a la ciudadanía es una causa que aparece a grandes rasgos como una demanda “común y generalizada”, pero que bajo la perspectiva de un ojo más atento podríamos dividir en diferentes vertientes que se relacionan y entretejen; cuyos orígenes, desarrollos y alcances superan en complejidad al impacto que una sola y posible reforma a nuestro sistema educacional pudiese tener.

Foto de Kena Lorenzini
 Conscientes de la complejidad recién aludida, de las múltiples opiniones que sobre este tema se han vertido a través de diferentes medios (algunas más afortunadas que otras) y, sobre todo, conscientes de que los cambios estructurales en educación no debiesen ir nunca divorciados de otros cambios en ejes tan fundamentales como salud, vivienda, empleo, etcétera; quisiéramos reflexionar aquí en torno a la serie de mecanismos gráficos que se han utilizado para plasmar o transmitir a distintos estamentos de la sociedad los mensajes producidos en el contexto de estas movilizaciones.
Foto de Kena Lorenzini

Es necesario advertir que no podremos (ni deseamos) abarcar en esta oportunidad a todas las formas plásticas que han sido utilizadas en el marco de esta movilización por cuestiones de espacio y formato. Por otra parte, creemos que no es muy arriesgado ni innovador proponer que este movimiento social ha tenido como una de sus características la amplia y variada gama de intervenciones, de las cuales ha hecho uso para visibilizar algunas de sus demandas. Desde la vieja y querida marcha, pasando por el panfleto (creativo, denunciante, rebelde y subversivo), hasta intervenciones cuyos orígenes y desarrollo se relacionan a propuestas foráneas como flashmobs, o aquellas que aluden directamente o se extraen de elementos de la cultura pop, como bailar Thriller frente a La Moneda por la Educación, la Genkidama por la Educación llevada a cabo en la Plaza de Armas de Santiago, etcétera; todas éstas hacen del movimiento en cuestión, por su abundancia y variedad, un terreno fértil para largas y profundas disquisiciones que, lamentablemente y como advertimos, no será posible efectuarlas en este espacio. 

     Celebramos sí, el despliegue creativo y la imaginación revolucionaria de nuestros jóvenes, de los estudiantes que protestan con gestos simbólicos llenos de ironía, como fue, por ejemplo, transformar los patios escolares en improvisadas playas vacacionales para burlarse de los intentos fallidos del ministro Lavín que quiso acallar el movimiento mediante el adelanto de las vacaciones. Imaginación y energía abundan entre estos estudiantes que no tienen miedo y que han demostrado que sus demandas no sólo son serias y legítimas, sino que además no están dispuestos a transar. Cada paso que da el gobierno, antes de acallarlos, les da nueva fuerza y sus respuestas ante el hostigamiento y la censura no dejan de expresar una lúdica lucidez que ha desafiado la mentalidad retrógrada de nuestros gobernantes y que ha terminado por ganar la simpatía de buena parte de la ciudadanía.

Adentrándonos ya en nuestro cometido, resulta interesante reparar en algunas de las manifestaciones gráficas que han acompañado al movimiento en cuestión: rústicos rayados en paredes con consignas alusivas a diversas aristas del movimiento, letreros o afiches pegados en los muros de la ciudad, el resurgimiento en este contexto de la técnica del stencil, rayados fugaces en los buses de la locomoción colectiva, pequeñas pegatinas repartidas en espacios públicos o privados, en señaléticas viales y paletas publicitarias, serigrafías plasmadas sobre tela o papel adheridas, entre otros, a infraestructuras citadinas como paraderos de buses, trenes de metro o escaños de plazas. Si queremos analizar y comprender estas expresiones, no debemos caer en el común error de separar la forma del fondo, el continente del contenido: para nosotras, los cientos de intervenciones gráficas que vuelven a poblar hoy las ciudades de nuestro país no surgen por casualidad, ni por vandalismo, ni por una pulsión bárbara o atávica de los estudiantes (interpretación comúnmente esgrimida por los sectores conservadores y reaccionarios). Creemos que este fenómeno es más complejo e intrincado de lo que estos sujetos, amparados en el culto a las nociones de orden y civilidad pública, se aventuran a proponer. Para nosotras, este estallido de intervenciones plásticas en el paisaje citadino no es más que un síntoma que demuestra claramente el hecho (extrañamente poco asumido por nuestras autoridades) de que EL lugar para estas demandas es, por definición, el espacio público. 
 
Foto de Kena Lorenzini
     Esta afirmación, que lanzamos con desparpajo, no es en modo alguno casual, nueva o azarosa. No consiste en una novedad proponer que el espacio o lugar, por antonomasia, de este tipo de demandas es el espacio público. Y podemos explicitar el por qué de esta relación: el espacio público físico -edificios, plazas, paraderos, postes y carteles- no representa otra cosa que la manifestación tangible de otro espacio, el espacio público simbólico, entendido a grandes rasgos como la participación ciudadana y democrática en/de la interacción discursiva llevada a cabo en la polis, la injerencia y participación directa de los ciudadanos en los rumbos que adquiere el accionar político (¡no politiquero!) de la Ciudad - Estado. Como lo establecen Rodríguez y Winchester, “cuando hablamos de espacio público urbano, nos referimos a una doble dimensión: el espacio público físico, y el espacio público como metáfora de una sociedad política. No son realidades separadas”. 

Foto de Kena Lorenzini
A través de esta cita, se desprende que la participación de cientos de individuos en los distintos eventos de carácter más o menos masivos, así como la estela o reguero de mensajes, símbolos, preguntas, exhortaciones, o improperios que deja a su paso (de los cuales el casual transeúnte resulta ser, en primer y último término, el receptor) es la traducción o manifestación palpable, concreta, del afán de participación y construcción EN DEMOCRACIA de la o las reformas a nuestro modelo educacional, más acordes con el justo y legítimo anhelo de la mayoría. Es el anhelo de diversos actores sociales por presenciar y participar del proceso de construir una nueva forma de ver y hacer educación en nuestro país. Así, sostenemos que una de las tribunas más relacionadas a esta misma demanda que hacen diversos actores en el marco de las movilizaciones es el espacio público, pues es en la recuperación del mismo (ya sea físico o simbólico) donde se encuentra la apertura de los canales de participación o representación que la ciudadanía busca. La violenta represión ejercida contra los manifestantes del 4 de agosto pasado, la negativa del gobierno a autorizar la marcha y la respuesta de los estudiantes de marchar igualmente, reivindicando su derecho a manifestarse en el espacio público como modo legítimo de hacer efectiva nuestra condición de ciudadanos/as que actúan en y configuran este espacio público, no fue sino el alcance del punto álgido en esta disputa por la apropiación de un espacio que por definición le pertenece al pueblo.

Foto de Kena Lorenzini
Por otra parte, tampoco responde a una suerte de karma social el hecho de que, ante estas esporádicas convulsiones ciudadanas, las calles o infraestructuras citadinas se pueblen de estos mensajes. Como dijimos, esto se explica si entendemos que ciertas demandas (como qué tipo de educación anhelamos tener) tienen como raíz y razón el espacio público. Pero también debemos tener presente que quienes poseen los medios o canales de comunicación masiva son, en su mayoría, quienes detentan también la hegemonía del poder político y económico (¿o debiésemos mencionarlos a la inversa?). Por lo tanto, los mensajes transmitidos por los medios están subordinados a y son cómplices de la ideología que detentan sus dueños. A pesar de este adverso escenario de carencia de medios institucionalizados para la producción y difusión de mensajes, las clases subalternas no renuncian jamás a la producción y transmisión de discursos que manifiesten sus inquietudes. Es ahí donde volvemos a la noción de espacio público. ¿Qué otro lugar si no es este espacio (tanto en lo que tiene de colectivo, de multitudinario, como en lo que tiene de opuesto al espacio privado) serviría como adecuado soporte o continente para estos mensajes? ¿Con qué otra efectiva tribuna contarían estos ciudadanos?
 
     A partir de todo lo expuesto, podríamos cerrar esta reflexión sobre las intervenciones gráficas generadas en el marco de las últimas movilizaciones estudiantiles, acercándonos a dos posibles conclusiones. La primera es que estos mensajes encarnan la exigencia, por parte de la ciudadanía, de su re-inclusión en la cosa pública, la vuelta de los ciudadanos/as a dirimir sobre cuestiones que son esenciales no solamente dentro de una determinada cotidianeidad, sino que dentro del debate sobre qué clase de país queremos ser, qué clase de educación (nosotros, los ciudadanxs) anhelamos construir, tener y vivir, y, por último, qué clase de ciudadanxs queremos para nuestra sociedad. La segunda, es que la profusión de discursos visuales que han resurgido por estos días no corresponden exclusivamente a una disputa por el espacio, sino que también a una disputa por la voz, por la capacidad (o incapacidad) de transmitir un mensaje que sea captado por determinados receptores.
 
     En resumen, podríamos decir que lo que está en juego ahora, en el contexto de las movilizaciones estudiantiles (y probablemente las próximas, las que vendrán), es la representación de los ciudadanos, o de quienes integramos este país, en el devenir de los procesos económicos, políticos y sociales que constituyen o tejen, a la larga, aquello que llamamos Historia. La exigencia de la ciudadanía dentro de la participación política y, por ende, su reinclusión en la arena verdaderamente política, democrática, de nuestro país. Mientras esto no pase y los posibles canales mencionados no se transformen de manera efectiva, las paredes continuarán transmitiendo mensajes en la bastarda (y amenazante) lengua del margen, del borde, de los sujetos desconocidos o anónimos de la ciudad. Pero cabe la pregunta, ¿por cuánto tiempo más? ¿Cuánto tiempo más los ciudadanxs permanecerán ahí, excluidos de la hegemonía discursiva del sistema neoliberal que pesa sobre nuestro país?

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2 comentarios:

Anónimo dijo...
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Ricardo Rey Banavicius dijo...

Ayer en una conferencia el prof. Pablo Oyarzún dijo que si antes en la calle se congregaban cuerpos llenos de miedo, hoy se reunen cuerpos llenos de deseo.... y claro, habría que agregar que el espacio en que dialogan, se representan e interactuan es justamente ese espacio público, en su doble dimensión física y simbólica, donde se expresan las multiples tensiones entre poder, violencia, representación política y ciudadanía. Es el espacio de disputa del poder por excelencia, el poder del estado empresarial, que intenta limitar, acallar y controlar la circulacion de esos cuerpos, y el poder disruptivo del pueblo,que de pronto abre un nuevo horizonte de posibilidades, que se reune, que cambia la faz de ese espacio y lo hace suyo, y en su pasar va dejando huellas en las paredes.¿Y acaso el stencil no es esa huella que interrupe como un relámpago, la faz ordenada y ascéptica de la ciudad?
Gran columna!!!!

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