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Entrevista con Grínor Rojo, primera parte.

Grínor Rojo en su estudio
Amigas y amigos, tal como lo anunciamos en nuestro facebook, les presentamos la entrevista que el Colectivo Sin Fama ni Gloria le realizó al profesor de la Universidad de Chile y fundador del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos Grínor Rojo de la Rosa. El profesor Rojo nos recibió amablemente en su estudio el día 3 de junio para conversar con nosotras sobre la relación entre los y las intelectuales chilenxs y la situación actual de Chile, en el contexto de las movilizaciones estudiantiles. Le explicamos nuestra preocupación, como colectivo, por la creciente distancia y aislamiento del mundo académico respecto de las problemáticas de nuestra sociedad. Grínor rápidamente comienza a darnos su punto de vista sobre esta situación.

Grínor Rojo: …No es una cuestión insólita para nada, sino que se agudiza en la medida en que en el desarrollo de la modernidad se van especializando los campos. Es un fenómeno natural, por lo tanto, que opera no solamente en las ciencias duras o en las ciencias exactas, sino también en las humanidades. Éstas se van cerrando sobre sí mismas, como un saber disciplinario que comparten sólo aquellos que son partícipes en esa disciplina. Naturalmente, también a lo largo de la modernidad, permanece el problema del contacto que todo esto tiene que tener con el mundo de afuera, con el espacio público, y eso constituye una discusión central y permanente. Si ustedes piensan, por ejemplo, en la décimo primera de las tesis sobre Feuerbach, Marx está ahí diciendo que los filósofos no solamente están para describir el mundo, para especular acerca del mundo, sino que de lo que se requiere  es una relación entre filosofía y praxis, entre contemplación y acción. Más allá de la cuestión puramente política, ello tiene que ver con esto otro, con que el especialista sea capaz de hablar con sus conciudadanos. El primer deber del intelectual probablemente es ése.

Sin Fama ni Gloria: Especificando un poco esa  misma problemática. Actualmente estamos en la llamada crisis de la educación superior que es en realidad de larga data. Pero justamente ahora hay una movilización fuerte, el rector de la Universidad de Chile ha salido en CNN  Noticias hablando respecto de la relación del Estado con la Universidad de Chile, el rector de la Universidad de Santiago marchó junto con el movimiento; en ese contexto, ¿cuál cree usted que es el papel del intelectual que produce amparado por estas casas de estudio?

G.R.: Este es un problema general, pero también es un problema particular. Y en el plano de lo particular, es un problema nuestro, es decir, es un problema de este país en este momento. En este país lo que se ha producido es un hiato feroz entre la cultura especializada y la cultura pública. La dictadura propició esa división y separación, porque le convenía. Y resulta que en esto, como en muchas otras cosas, en el tiempo postdictatorial no nos hemos repuesto. El hiato se mantiene y no ha sido posible subsanarlo sino en aspectos menores. Yo no soy el único, hay una media docena de intelectuales chilenos en este momento que están haciendo un esfuerzo parecido al mío. Es decir, están tratando de hacer cosas significativas en el ámbito disciplinario pero al mismo tiempo de ensayar ese otro discurso que es capaz de llegar hasta el ámbito público. Pero somos pocos, y no es fácil. Entre otras cosas, no es fácil porque los medios a través de los cuales esto se puede hacer no son muchos. 

Pero, aparte de la cuestión técnica, la que tiene que ver con los medios, con el duopolio mediático que existe en este país y nos asfixia, está el problema de que se perdió una cultura pública que existió en Chile hasta el golpe de estado, que nunca fue tan rica como puede ser la argentina o la mexicana, pero que era significativa y tenía una cierta capacidad de convocatoria. Eso se perdió, y esa cultura pública es lo que no se ha recuperado enteramente. En otras palabras, la necesidad o la vocación que la gente puede tener para dar su opinión en asuntos que son del interés de todos. Por el contrario, lo que uno percibe, en este país, es la idea de que los que están autorizados para hablar y tomar la palabra son los que técnocráticamente están habilitados para hacerlo. Entonces se produce, aun cuando no ocurra en términos formales, una especie de exclusión implícita, la gente que se siente ella misma no autorizada para hablar, no autorizada para decir lo que tiene que decir, porque ¿cómo voy a hablar yo, puesto que yo no soy economista, yo no soy politólogo, yo no soy especialista en literatura? etc. En esas circunstancias, se genera una especie de autocensura más allá de las barreras objetivas de los medios de comunicación o de la falta de acceso.

La otra observación que quiero hacer, que tiene que ver con esto y que creo que es extraordinariamente significativa, es que la política se ha permeado de esa misma ideología. En Chile los medios hablan con un desparpajo absolutamente increíble, que a mí realmente me da vergüenza, de la “clase política”, sugiriendo que la política es un asunto de la esa “clase” y no una cuestión de la comunidad o del conjunto social. Es el asunto de unos tipos que son los especialistas en política. Eso es así, y lo peor es que funciona así. El resultado que eso está teniendo, no solamente en Chile sino también en otras partes del mundo, es un desencanto tremendo, una desilusión, una desconfianza total de parte de la gente hacia los políticos y, últimamente, una franca rebelión. Rebelión en este país, donde de nuevo empiezan a surgir los movimientos sociales, rebelión como la que está ocurriendo en España en estos mismos momentos, y que en alguna medida es lo que ocurre también en los países árabes. Es como la rebelión de los excluidos, de esos a los cuales el discurso de la especialización, de la interiorización en la disciplina, fue dejando afuera. En países como Bolivia o Venezuela esto ha producido un verdadero terremoto en el cuadro histórico, como todos sabemos.

SFNG: Con respecto a esa rebelión de los excluidos que menciona, ¿qué le parece la criminalización por parte de la “clase política” de esos movimientos, y cuál puede ser el papel del intelectual frente a ese discurso criminalizador?

G.R.: Ahí veo dos cuestiones. La cuestión obvia de que la clase política criminaliza esa rebelión porque quiere seguir manteniendo el control de la práctica política, es decir, la práctica política es algo que es de ellos y para ellos, para su reparto y disfrute. Incluso tienen intelectuales orgánicos que les dicen que eso es legítimo, un tipo como Tironi, por ejemplo, quien ha escrito asegurando que la política es algo que está más allá del conjunto social y que le corresponde a determinadas personas manipularlo. Fuera de esta acción directa, obstaculizadora de la participación a la que ustedes se están refiriendo, a mí me preocupa y me preocupa más lo otro, lo que yo llamé la autocensura hace un rato, lo que hace que la propia gente sea su carabinero, que la propia gente sea su policía, no el policía de afuera. Es decir, el policía de afuera sí me preocupa, claro, me preocupa terriblemente, pero mucho más me preocupa el policía de adentro.

Con respecto a ese policía de adentro, la práctica del intelectual es fundamental. Es el que puede despejar y decirle a esa gente que en realidad están operando con una autocensura, porque el intelectual es uno que conoce la disciplina, pero además de conocer la disciplina entiende que la gente en una democracia tiene derechos y que esos derechos tienen que ser ejercidos. Esta es la dimensión que me interesa más y por ahí es por donde entra en escena el intelectual público. Yo no creo en la tontería postmoderna de dejar que el otro hable por sí mismo. O sea, estoy de acuerdo con que el otro hable por sí mismo, pero creo que hay una función mediadora que en la tradición de la modernidad han cumplido siempre los intelectuales, que es absolutamente indispensable. Para que el otro hable por sí mismo tiene que estar dotado de los instrumentos, de las herramientas, de los conocimientos para poder hacerlo, es decir, no puede hablar por sí mismo desde la nada.

SFNG: Y respecto de eso mismo, por un lado el intelectual situado desde la academia puede actuar como intelectual público, pero además puede actuar en su labor docente en la formación de ciudadanía. En ese sentido sentimos que se está intensificando un fenómeno donde el intelectual, aparte de haber dejado el espacio público, está dejando su labor docente. Muchos académicos están más preocupados de publicar en revistas indexadas, de ganar fondos de investigación, en el fondo, de hacer una carrera académica, dejando de lado el tiempo dedicado a la labor docente. ¿Qué opina usted de eso?

G.R.: Que es la misma mecánica a la que yo me referí hace un momento, es la mecánica de la especialización de los campos. El desarrollo de la modernidad ha llevado a la especialización de los campos, la que tiene, no cabe ninguna duda, ventajas extraordinarias. Es decir, es muy ventajoso, para ponerlo ahora en el ámbito de una disciplina diferente a la nuestra, que en la medicina haya especialistas en esto, en aquello y en lo de más allá ¿Por qué? Porque permite que ciertos individuos profundicen como no se había profundizado hasta ahora en el conocimiento de un sector específico del cuerpo humano. De modo que la especialización es provechosa y no es cosa de acabar con ella, de ninguna manera. El problema se produce cuando ese médico, que se dedica a una porción del cuerpo humano, se olvida del resto, es decir, se olvida de que esa porción del cuerpo humano está en el cuerpo humano y que el cuerpo humano constituye una totalidad. Es la mía una metáfora tomada de la medicina, pero que es aplicable a cualquier otra disciplina. Si estamos trabajando en el campo de las humanidades, que es lo que nosotros hacemos, la situación no varía, la vida universitaria nos obliga a una especialización cada vez mayor, la que supone procedimientos, normas, medios de funcionamiento, etc. ¿Cómo se materializa todo eso? Mediante las revistas indexadas, la pertenencia a tales o cuales organizaciones de la disciplina, la participación en congresos, la publicación en ciertos lugares y no en otros, etc. De inmediato, en virtud de la ley de la especialización, nos caen encima todas estas reglas, por llamarlas de alguna manera. Entonces pasa que para el académico salirse de esta situación y mirar la totalidad se hace difícil, y se hace más difícil todavía cuando hay teorías en circulación que niegan la posibilidad de la totalidad.

SFNG: Usted que defiende las totalidades no totalitarias, como diría Adorno, ¿cuáles son las luchas modernas, de esa modernidad con sus promesas incumplidas, que puede dar el intelectual en un contexto que se ha definido como postmoderno, postcolonial, de la lógica del fragmento, del no lugar…?

G.R.: Es terrible… cuando la política deja de ser una política que tiene en cuenta el concepto de totalidad, se transforma en política del fragmento y la política del fragmento es la política del barrio, de lo que la derecha chilena llama “los problemas de la gente”, que son problemas específicos, puntuales, concretos, enteramente circunscritos y que existen, se resuelven y se acaban. No hay una visión de conjunto sobre qué es el todo social en el que se está viviendo ni para dónde va. La política queda reducida al mínimo. Ahora, ¿cuál es en estas circunstancias la tarea del intelectual? mostrar que es un error que la política no se reduzca así; que la política es, por el contrario, la conducta colectiva en la polis, es decir, que la política es la conducta colectiva en el conjunto social del cual uno forma parte y el recorte en nombre de que ya no existen las totalidades, no es sino un recorte cercenador de lo que constituye una potencialidad y un derecho de todos los seres humanos.

SFNG: Usted habla en su libro Discrepancias de bicentenario sobre el intelectual discrepante. ¿Qué sentido tiene hablar del intelectual discrepante en contraste con el intelectual disidente?

G.R.: La figura que yo estoy recuperando con la noción de discrepancia es la del intelectual crítico, que es una práctica existente a todo lo largo de la historia de la modernidad y que está siendo sistemáticamente demolida, opacada, desde una serie de frentes contemporáneos. Lo que a mí me interesa es defender esa figura y defenderla por las razones que acabamos de revisar. Yo creo que es absolutamente indispensable, no creo que se pueda prescindir de esta figura ni por la especialización necesaria que un sector propicia, ni por la idea de que la gente tiene que hablar desde sí misma y nada más que desde sí misma que es lo que otro sector propicia. Ni una cosa ni la otra me parecen verdaderas, ambas están negando a la figura mediadora del intelectual. 

¿Y en qué sentido intelectual “crítico”?. En tanto la suya es una consciencia lúcida con respecto a lo que ocurre, en tanto él es el individuo pertrechado con los instrumentos que le da una disciplina, pero que es capaz de utilizar esos instrumentos y convertirlos en herramientas que puede traspasar a quienes ocupan espacio público, de manera que quienes integran ese espacio público sean también capaces de funcionar con ellas. La diferencia aquí, para aclarar esto, es con el intelectual adoctrinador. No se trata de eso, en otras palabras, no se trata del intelectual que fabrica una interpretación del mundo y luego esa interpretación la transmite o la predica como la palabra de Dios a la gente para que la gente la entienda y la obedezca. De lo que se trata es de entregarle a esa gente instrumentos para que funcione por sí misma. Ése es el intelectual crítico que  a mí me interesa, el que es capaz de hacer que los que no son él sean también en intelectuales críticos.

SFNG: Exacto. En ese sentido hay un tercer tipo implícito de intelectual que usted acaba de mencionar que es el disidente, ése que renuncia al rol de la mediación porque tiene miedo de imponer un criterio o de adoctrinar…

G.R.: Ese es el argumento esgrimido desde los postmodernos contra el intelectual, decir que lo que han hecho los intelectuales realmente es negarle a la gente la posibilidad de pensar y la posibilidad de actuar, instalando en cambio, en la conciencia de esa gente, modelos de funcionamientos preestablecidos. Me parece que no hay ninguna necesidad de que eso sea así. Creo que eso ha existido, creo que han existido en efecto los intelectuales orgánicos de tales o cuales entidades o causas y que han fabricado interpretaciones del mundo para el consumo de la gente, pero no creo que esto sea ni necesario ni bueno. El intelectual crítico en el que yo estoy pensando es ese otro capaz de entregarle a la gente elementos con los cuales activar sus propias potencialidades.

SFNG: Hemos hablado aquí del intelectual en general, del papel de los intelectuales en el contexto chileno, pero vamos ahora al intelectual latinoamericano que tiene sus propios desafíos específicos. Usted está a punto de sacar el libro De las más altas cumbres sobre la teoría crítica latinoamericana. Nos podría explicar ¿qué es la teoría crítica latinoamericana y en qué sentido es importante hacer esa distinción, ponerle ese apellido?

G.R.: Tal vez la mejor aproximación en este caso sea una aproximación biográfica. Cuando yo volví del exilio, cuando llegué al Departamento de Literatura de la Universidad de Chile, me dijeron que tenía que enseñar un curso sobre metodología…

SFNG: ¿En qué año regresó?

G.R.: Me vine definitivamente en el 95’, pero antes había sido profesor visitante dos o tres veces. Yo estuve en el exilio entre fines del 73’ y el 82’, año en que volví por primera vez. Y desde el 82’ hasta mediados de los noventa estuve viniendo cada vez más a Chile y cuando lo hacía era como profesor visitante a la Universidad de Chile o a la Universidad de Santiago. Hasta que finalmente a mediados de los noventa me quedé definitivamente.

Ahora, cuando llegué a la U. de Chile me dijeron que tenía que hacer clases de metodología  y yo dije que no sabía lo que era eso y seguro que pensaron que era un ignorante sin remedio, que cómo se explicaba que hubiera enseñado en universidades tan prestigiosas y sin saber lo que era la metodología. Expliqué y dije que entendía que la metodología no era, que no podía ser una cuestión general y que dependía de la definición de los objetos, es decir, que en la medida en que se piensa que el objeto es tal o cual cosa se puede desarrollar una aproximación metodológica a ese objeto. Pero primero se tiene que saber acerca de qué se está hablando. Lo que eso quería decir, pero que no se decía y creo que ni siquiera se pensaba, era que el objeto en cuestión, la obra literaria, no necesitaba ser definido; que la obra literaria era una y la misma en todo tiempo y en todo lugar y eso los sabían hasta los niños. Por lo tanto, no había por qué preocuparse por el objeto y se podía preguntar en cambio por la metodología. Si la obra literaria era una y la misma en todo tiempo y lugar, obviamente la metodología era una y la misma en todo tiempo y lugar.

Aquí se produce la primera separación de aguas. Yo no creo que la obra literaria sea una y la misma en todo tiempo y lugar y creo en cambio que lo primero que hay que plantearse, y eso fue lo que le dije a quienes me propusieron aquello, era el problema teórico de repensar en qué consistía ese objeto y una vez que tuviéramos claridad acerca de eso nos podíamos plantear cuestiones de orden metodológico, es decir, como esa metáfora a la que recurren los políticos con frecuencia: no poner los bueyes detrás de la carreta. Puestas las cosas de ese modo había que pensar en la tradición de la literatura europea con respecto a la literatura latinoamericana y había que pensar en la tradición de la cultura europea con respecto a la cultura latinoamericana. Lo que se daba por supuesto, y así me habían educado a mí, era que eran una y la misma cosa: que el naturalismo hispanoamericano era igual al naturalismo francés y que el vanguardismo latinoamericano era igual al vanguardismo europeo, etc. Recuerdo incluso, con aprecio, cosas muy extraordinarias como la enseñanza de La Araucana, entendida a partir de los modelos de la epopeya italiana. Eran Ariosto y  Boiardo quienes me explicaban a mí La Araucana. En mi tiempo era así y al parecer siguió siéndolo después.

Yo empecé a hacer dos seminarios, entonces: uno de teoría crítica general, en el que trabajaba con la tradición europea, y un seminario de teoría crítica latinoamericana, en el que trabajaba con las teorías surgidas en América y que tenían que ver con la producción latinoamericana. Se trataba de dos objetos fuertemente emparentados, eso no se puede negar. Es decir, el robinsonismo de algunos personajes que piensan que la cultura latinoamericana es definitivamente otra, absolutamente diferente de la cultura metropolitana es una locura, no es sostenible, pero igualmente insostenible es la otra postura, la que asimila enteramente la cultura latinoamericana a la tradición de la cultura metropolitana. De lo que se trata en definitiva, y mi libro sobre teoría crítica latinoamericana está orientado por esa convicción, es de entender que hay una diferencia y ponderar esa diferencia, la que se da en el interior de un cuerpo de semejanzas. Esa es la manera de actuar, creo yo, y así está hecho el libro al que ustedes se refieren. Ese libro habla sobre una tradición --a estas alturas a mí no me cabe duda de que así es-- de pensamiento crítico latinoamericano en la cual la diferencia se encuentra presente desde fines del siglo XIX hasta hoy. Ése es el propósito último de mi libro: entender ese pensamiento que se desarrolla en un diálogo permanentemente con el pensamiento crítico metropolitano, pero que al mismo tiempo se diferencia de él, como se diferencia el sujeto y se diferencia en general la cultura de América Latina. Me parece que no hay otra manera de entenderlo. Mi impresión, después de que me dijeron que enseñara metodología y yo contesté que qué era eso de la metodología, es que lo que yo estoy diciendo ahora ha sido admitido por la gente ilustrada en nuestra Universidad.

SFNG: Pero fue una lucha, en su momento hubo que instalar una discusión…

G.R.: Hubo que hacerlo, hubo que irlo construyendo, y así se ha hecho. Yo no diría una lucha, en el sentido de una actividad belicosa, pero si hubo que enseñar y formar generaciones. En este momento varios de los profesores, tanto del Centro de Estudios Latinoamericanos, CECLA, como del Departamento de Literatura e La Universidad de Chile, son personas que se formaron conmigo.

SFNG: Pero en ese sentido, reconociendo la existencia de esta tradición que usted recoge en el libro de teoría crítica latinoamericana, ¿cree que en Chile existía menor estudio o menor conciencia respecto de otros países?

G.R: Ése es exactamente el problema, porque el libro canónico de la teoría crítica chilena es un libro de Félix Martínez Bonati que se llama La estructura de la obra literaria, que se publicó a mediados de los años sesenta. Es un libro que parte de la premisa de que no hay ninguna diferencia, es decir, da cuenta de una teoría de la literatura que es una y la misma en todo tiempo y lugar y que fenomenológicamente --porque esa la inspiración que el libro tiene-- es susceptible de ser construida incluso a partir de la experiencia de un único objeto. En otras palabras, yo leo el Quijote, tengo la experiencia del Quijote, fenomenológicamente convierto esa experiencia en un objeto teórico y sobre ese objeto teórico yo puedo reflexionar y producir una teoría general válida lo mismo para el Quijote que para Hijo de ladrón o Papelucho.

SFNG: En ese sentido, usted instaló esta idea de la teoría crítica latinoamericana en un medio especialmente hostil hacia esta tradición.

G.R.: En un medio que ni siquiera era hostil, en un medio que ni siquiera se había planteado que las cosas podían ser de otro modo.

CONTINUARÁ...

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Las movilizaciones y la disputa por el espacio público

Foto de Luna Holman
     Mucha y muy variada información es la que ha circulado durante estos días, a través de distintos medios de comunicación, en torno a las demandas de los estudiantes que, a punta del esfuerzo desplegado por diversos movimientos sociales, han sido puestas en el centro del debate público chileno durante los últimos meses. Y aún cuando se trata de una de las aristas integrantes de la construcción de lo que denominamos ciudadanía, aún cuando cruza transversalmente nuestra sociedad contemporánea y cuando, inclusive, ocupa (o debería ocupar) un lugar central en las reflexiones y prácticas enmarcadas dentro del devenir de nuestra historia republicana; la problemática estudiantil se ha convertido, por estos días, en uno de los principales dolores de cabeza del gobierno de turno. 

     Y decimos “dolor de cabeza” pues este problema pasó de ser una actividad plagada de instituciones que, en sus prácticas diarias, rayan en lo delictivo y se encuentran definitivamente reñidas con toda posible “ética de la enseñanza” (si es que pudiésemos llamarla de ese modo); pasó de ser un tema de teorización o un ámbito de experimentación por parte de sectores hegemónicos como Ministerios varios o Centros de Pensamiento; pasó de ser otro de los serviles engranajes útiles para la reproducción de una ideología preponderante, entre otras cosas; para transformarse en una demanda generadora de movilizaciones que han convocado a miles de ciudadanos en diversas regiones de nuestro país. Lo que hoy moviliza a la ciudadanía es una causa que aparece a grandes rasgos como una demanda “común y generalizada”, pero que bajo la perspectiva de un ojo más atento podríamos dividir en diferentes vertientes que se relacionan y entretejen; cuyos orígenes, desarrollos y alcances superan en complejidad al impacto que una sola y posible reforma a nuestro sistema educacional pudiese tener.

Foto de Kena Lorenzini
 Conscientes de la complejidad recién aludida, de las múltiples opiniones que sobre este tema se han vertido a través de diferentes medios (algunas más afortunadas que otras) y, sobre todo, conscientes de que los cambios estructurales en educación no debiesen ir nunca divorciados de otros cambios en ejes tan fundamentales como salud, vivienda, empleo, etcétera; quisiéramos reflexionar aquí en torno a la serie de mecanismos gráficos que se han utilizado para plasmar o transmitir a distintos estamentos de la sociedad los mensajes producidos en el contexto de estas movilizaciones.
Foto de Kena Lorenzini

Es necesario advertir que no podremos (ni deseamos) abarcar en esta oportunidad a todas las formas plásticas que han sido utilizadas en el marco de esta movilización por cuestiones de espacio y formato. Por otra parte, creemos que no es muy arriesgado ni innovador proponer que este movimiento social ha tenido como una de sus características la amplia y variada gama de intervenciones, de las cuales ha hecho uso para visibilizar algunas de sus demandas. Desde la vieja y querida marcha, pasando por el panfleto (creativo, denunciante, rebelde y subversivo), hasta intervenciones cuyos orígenes y desarrollo se relacionan a propuestas foráneas como flashmobs, o aquellas que aluden directamente o se extraen de elementos de la cultura pop, como bailar Thriller frente a La Moneda por la Educación, la Genkidama por la Educación llevada a cabo en la Plaza de Armas de Santiago, etcétera; todas éstas hacen del movimiento en cuestión, por su abundancia y variedad, un terreno fértil para largas y profundas disquisiciones que, lamentablemente y como advertimos, no será posible efectuarlas en este espacio. 

     Celebramos sí, el despliegue creativo y la imaginación revolucionaria de nuestros jóvenes, de los estudiantes que protestan con gestos simbólicos llenos de ironía, como fue, por ejemplo, transformar los patios escolares en improvisadas playas vacacionales para burlarse de los intentos fallidos del ministro Lavín que quiso acallar el movimiento mediante el adelanto de las vacaciones. Imaginación y energía abundan entre estos estudiantes que no tienen miedo y que han demostrado que sus demandas no sólo son serias y legítimas, sino que además no están dispuestos a transar. Cada paso que da el gobierno, antes de acallarlos, les da nueva fuerza y sus respuestas ante el hostigamiento y la censura no dejan de expresar una lúdica lucidez que ha desafiado la mentalidad retrógrada de nuestros gobernantes y que ha terminado por ganar la simpatía de buena parte de la ciudadanía.

Adentrándonos ya en nuestro cometido, resulta interesante reparar en algunas de las manifestaciones gráficas que han acompañado al movimiento en cuestión: rústicos rayados en paredes con consignas alusivas a diversas aristas del movimiento, letreros o afiches pegados en los muros de la ciudad, el resurgimiento en este contexto de la técnica del stencil, rayados fugaces en los buses de la locomoción colectiva, pequeñas pegatinas repartidas en espacios públicos o privados, en señaléticas viales y paletas publicitarias, serigrafías plasmadas sobre tela o papel adheridas, entre otros, a infraestructuras citadinas como paraderos de buses, trenes de metro o escaños de plazas. Si queremos analizar y comprender estas expresiones, no debemos caer en el común error de separar la forma del fondo, el continente del contenido: para nosotras, los cientos de intervenciones gráficas que vuelven a poblar hoy las ciudades de nuestro país no surgen por casualidad, ni por vandalismo, ni por una pulsión bárbara o atávica de los estudiantes (interpretación comúnmente esgrimida por los sectores conservadores y reaccionarios). Creemos que este fenómeno es más complejo e intrincado de lo que estos sujetos, amparados en el culto a las nociones de orden y civilidad pública, se aventuran a proponer. Para nosotras, este estallido de intervenciones plásticas en el paisaje citadino no es más que un síntoma que demuestra claramente el hecho (extrañamente poco asumido por nuestras autoridades) de que EL lugar para estas demandas es, por definición, el espacio público. 
 
Foto de Kena Lorenzini
     Esta afirmación, que lanzamos con desparpajo, no es en modo alguno casual, nueva o azarosa. No consiste en una novedad proponer que el espacio o lugar, por antonomasia, de este tipo de demandas es el espacio público. Y podemos explicitar el por qué de esta relación: el espacio público físico -edificios, plazas, paraderos, postes y carteles- no representa otra cosa que la manifestación tangible de otro espacio, el espacio público simbólico, entendido a grandes rasgos como la participación ciudadana y democrática en/de la interacción discursiva llevada a cabo en la polis, la injerencia y participación directa de los ciudadanos en los rumbos que adquiere el accionar político (¡no politiquero!) de la Ciudad - Estado. Como lo establecen Rodríguez y Winchester, “cuando hablamos de espacio público urbano, nos referimos a una doble dimensión: el espacio público físico, y el espacio público como metáfora de una sociedad política. No son realidades separadas”. 

Foto de Kena Lorenzini
A través de esta cita, se desprende que la participación de cientos de individuos en los distintos eventos de carácter más o menos masivos, así como la estela o reguero de mensajes, símbolos, preguntas, exhortaciones, o improperios que deja a su paso (de los cuales el casual transeúnte resulta ser, en primer y último término, el receptor) es la traducción o manifestación palpable, concreta, del afán de participación y construcción EN DEMOCRACIA de la o las reformas a nuestro modelo educacional, más acordes con el justo y legítimo anhelo de la mayoría. Es el anhelo de diversos actores sociales por presenciar y participar del proceso de construir una nueva forma de ver y hacer educación en nuestro país. Así, sostenemos que una de las tribunas más relacionadas a esta misma demanda que hacen diversos actores en el marco de las movilizaciones es el espacio público, pues es en la recuperación del mismo (ya sea físico o simbólico) donde se encuentra la apertura de los canales de participación o representación que la ciudadanía busca. La violenta represión ejercida contra los manifestantes del 4 de agosto pasado, la negativa del gobierno a autorizar la marcha y la respuesta de los estudiantes de marchar igualmente, reivindicando su derecho a manifestarse en el espacio público como modo legítimo de hacer efectiva nuestra condición de ciudadanos/as que actúan en y configuran este espacio público, no fue sino el alcance del punto álgido en esta disputa por la apropiación de un espacio que por definición le pertenece al pueblo.

Foto de Kena Lorenzini
Por otra parte, tampoco responde a una suerte de karma social el hecho de que, ante estas esporádicas convulsiones ciudadanas, las calles o infraestructuras citadinas se pueblen de estos mensajes. Como dijimos, esto se explica si entendemos que ciertas demandas (como qué tipo de educación anhelamos tener) tienen como raíz y razón el espacio público. Pero también debemos tener presente que quienes poseen los medios o canales de comunicación masiva son, en su mayoría, quienes detentan también la hegemonía del poder político y económico (¿o debiésemos mencionarlos a la inversa?). Por lo tanto, los mensajes transmitidos por los medios están subordinados a y son cómplices de la ideología que detentan sus dueños. A pesar de este adverso escenario de carencia de medios institucionalizados para la producción y difusión de mensajes, las clases subalternas no renuncian jamás a la producción y transmisión de discursos que manifiesten sus inquietudes. Es ahí donde volvemos a la noción de espacio público. ¿Qué otro lugar si no es este espacio (tanto en lo que tiene de colectivo, de multitudinario, como en lo que tiene de opuesto al espacio privado) serviría como adecuado soporte o continente para estos mensajes? ¿Con qué otra efectiva tribuna contarían estos ciudadanos?
 
     A partir de todo lo expuesto, podríamos cerrar esta reflexión sobre las intervenciones gráficas generadas en el marco de las últimas movilizaciones estudiantiles, acercándonos a dos posibles conclusiones. La primera es que estos mensajes encarnan la exigencia, por parte de la ciudadanía, de su re-inclusión en la cosa pública, la vuelta de los ciudadanos/as a dirimir sobre cuestiones que son esenciales no solamente dentro de una determinada cotidianeidad, sino que dentro del debate sobre qué clase de país queremos ser, qué clase de educación (nosotros, los ciudadanxs) anhelamos construir, tener y vivir, y, por último, qué clase de ciudadanxs queremos para nuestra sociedad. La segunda, es que la profusión de discursos visuales que han resurgido por estos días no corresponden exclusivamente a una disputa por el espacio, sino que también a una disputa por la voz, por la capacidad (o incapacidad) de transmitir un mensaje que sea captado por determinados receptores.
 
     En resumen, podríamos decir que lo que está en juego ahora, en el contexto de las movilizaciones estudiantiles (y probablemente las próximas, las que vendrán), es la representación de los ciudadanos, o de quienes integramos este país, en el devenir de los procesos económicos, políticos y sociales que constituyen o tejen, a la larga, aquello que llamamos Historia. La exigencia de la ciudadanía dentro de la participación política y, por ende, su reinclusión en la arena verdaderamente política, democrática, de nuestro país. Mientras esto no pase y los posibles canales mencionados no se transformen de manera efectiva, las paredes continuarán transmitiendo mensajes en la bastarda (y amenazante) lengua del margen, del borde, de los sujetos desconocidos o anónimos de la ciudad. Pero cabe la pregunta, ¿por cuánto tiempo más? ¿Cuánto tiempo más los ciudadanxs permanecerán ahí, excluidos de la hegemonía discursiva del sistema neoliberal que pesa sobre nuestro país?

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La justicia no se vota, no se plebiscita: sobre la Ley de Caducidad en Uruguay


          El jueves 19 de mayo de 2011 se cerró una pequeña etapa en la historia política y social uruguaya que, como todo movimiento dialéctico, abrió otra. Se votó en la cámara de diputados la Ley Interpretativa (de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado). Hagamos un rápido y breve repaso histórico de la Ley de Caducidad, o Ley de Impunidad. Después de la salida de la dictadura en Uruguay (el 14 de marzo de 1985), luego de largas negociaciones entre el gobierno y los milicos, el parlamento votó y aprobó la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado en diciembre de 1986. A muy grandes rasgos, ésta es una ley que impide investigar y juzgar las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, por lo tanto se erige como un tipo de amnistía para represores y torturadores. Luego, la izquierda hizo una larga campaña por plebiscitarla, lo que se logra en 1989, donde el voto verde (por la anulación de la Ley de Caducidad) perdió frente al voto amarillo (a favor de la ley). Esta derrota fue un duro golpe. Y en octubre de 2009, nuevamente por iniciativa de organizaciones sociales y políticas, se volvió a plebiscitar. Pero el plebiscito de octubre volvió a ratificar la ley. No entraremos aquí en las circunstancias de cada uno de los plebiscitos, solo decir que el primero se dio en un clima de profundo temor instalado en la sociedad; en el segundo solo existió una papeleta (la rosada, a favor de la anulación), pero no había otro voto (en contra de la anulación). Luego de esto, entre septiembre de 2010 y mayo de 2011, tuvo lugar un largo debate parlamentario, que no se plasmó en una necesaria discusión-movilización social, en torno a la Ley Interpretativa. Con respecto a esto último, aquí nos interesa dejar planteada una breve reflexión sobre los últimos hechos acontecidos en Uruguay durante las últimas semanas.


     La gran función circense del jueves 19 de mayo, donde se votó la Ley Interpretativa en la cámara de diputados (después de haber sido votada y ratificada en la cámara de senadores en abril de 2011), terminó con un empate de 49 votos a favor (bancada del Frente Amplio, FA) y 49 votos en contra (bancada de blancos y colorados). Números que no sólo expresan un empate cuantitativo, sino que también nos hablan de cómo, entre ellos, los matices se van decolorando. Y se funden cada vez más los colores de unos con otros en su reconciliación, llevando a la práctica un discurso perverso que gira en torno a la necesidad de perdonar y dejar los odios de lado, como quedó explícitamente claro el 18 de mayo de 2011, en el discurso de Mujica –“el ex guerrillero”- en el día del Ejército uruguayo. Yo no sé por qué en este punto pienso en los veinte años de Concertación post dictadura en Chile. 



          En esa votación, el FA sacrificó un caballo en la partida, construyó su nuevo chivo expiatorio: Víctor Semproni, el diputado que no votó, al que Mujica mandató para que no votara la Ley Interpretativa. Tanta renegación, tanta hipocresía y desfachatez no se aguanta, no se soporta. Había que sacrificar una pieza del tablero para intentar aplacar el descontento que se expande lenta y subterráneamente entre nosotros/as, y para no romper los pactos con el diablo, para no despertar la ira de los hombres de verde, siempre atentos a toda movida en la partida, ellos también juegan. Y cómo lo hacen saber: amenazando al pueblo, y secuestrando, torturando, asesinando y despareciendo a testigos. Todo estaba arreglado, todos y todas sabíamos ya el resultado antes que empezara la función. Una cortina de humo más que busca confundirnos, pero nosotros/as no nos mareamos, no se desvanecen nuestras certezas, al contrario, con más fuerza afirmamos nuestras convicciones. Ellos centraron, estratégicamente, la atención en la votación de la Ley Interpretativa –que tampoco anula la ley de caducidad-, despejando así un poco la cancha para la impunidad de los milicos. Y creen que el pueblo es hueón!  Ahora nos vienen con la derogación de la Ley de Caducidad, que tampoco la anula, y peor aún, mantiene la impunidad de torturadores y represores. Porque los crímenes que ya fueron “amnistiados” hacia atrás, bajo la caducidad, no pueden ser juzgados. Sólo pueden serlo los que se cometan desde el momento de la derogación (enredos jurídico-legales que mantienen el tema entre leguleyos, y operan como voladero de luces).

          El problema no es sí la ley o no ley. El problema es el poder de las FFAA, que siguen negociando regalías y privilegios, que siguen generando ganancias de los robos que le hicieron al pueblo, que siguen actuando con toda impunidad. Y, lo más importante, nuestro desafío es cómo construimos proyectos y alternativas para las mayorías. Y para esto, cómo acumulamos fuerzas…La impunidad no se interpreta se condena! La justicia no se vota, no se plebiscita, se construye a medida que se construye un mundo nuevo todos los días! La ambición de dinero y poder se alimenta, como una rata, de la miseria y de la injusticia. Por eso la lucha contra la impunidad y la pobreza es tan pasada como actual: la miseria y la explotación de hoy hacen parte del mismo proceso histórico en que nos pusieron las botas encima, con el que inauguraron, a sangre y fuego, una nueva etapa para el sistema económico, imponiendo un modelo arrasador abusador y avasallador de la vida humana y de la humanidad toda. La lucha de clases es eso, sigue siendo el motor de la historia. Y por eso los pueblos del mundo entero -y bien lo han gritado y hecho saber los pueblos árabes del norte de África y de medio Oriente- tienen mucho por construir. Bien lo hizo saber el pueblo uruguayo en la calle el 20 de mayo (“Marcha del Silencio”, que es la marcha que Familiares organiza todos los años contra la violación de los DDHH y la desaparición de personas). Hubimos cien mil personas repudiando el manoseo asqueroso que está haciendo el gobierno con los DDHH, demostrando nuestra rabia, nuestra fuerza y nuestro amor por la vida. ¡La lucha, siempre tan nueva como antigua, sigue y es todos los días! Arriba los/as que luchan.


¡LA IMPUNIDAD NO SE INTERPRETA NI SE PLEBISCITA, SE CONDENA!


¡NI OLVIDO NI PERDÓN, JUICIO Y CASTIGO!

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Crónicas y tradiciones de mujeres: Bárbara Délano


     Estimados amigos y amigas, hoy presentamos en nuestro blog el texto de una colaboradora, la poeta Carmen García, quien gentilmente ha querido publicar uno de sus trabajos en nuestra sección de "Crónicas y tradiciones de mujeres". Lea aquí su columna sobre la poeta Bárbara Délano.

 
BÁRBARA DÉLANO:
“PORQUE NO SOY YO LA QUE HABLA
ME HE TENDIDO EN LA COLINA PARA QUE HABLE EL MAR”


Hay algo de Bárbara Délano que escapa de la realidad. Como si habitara un espacio mítico, junto a todos aquellos que murieron jóvenes. Un lugar donde brilla con una luz inalcanzable. Y nosotros sólo vemos los destellos, el rumor de algo que no podemos dimensionar.

     No se puede hablar de Bárbara Délano sin hablar de su poesía. Su imaginario poético y su vida se entrelazan constantemente. Van de la mano. Como un mismo y único testimonio. Y es que hay algo común a toda buena poesía. Un factor que permanece inalterable. Una voz que se sitúa en un principio anterior a la historia. El poeta como profeta. El poeta como aquel que ve lo que otros no pueden ver. El poeta vidente al que aspiraba Rimbaud. Por su boca habla el espíritu, decía Paz.

     Bárbara Délano provenía de una familia de escritores. Nieta de Luis Enrique Délano, hija de Poli Délano y María Luisa Azócar. Es casi seguro que fue concebida en un barco, bajo el nivel del mar.  Poeta temprana, su primer poema lo publicó a los ocho años en el diario “La Última Hora”. Era un poema dedicado a su abuelo, escrito tras el impacto que le causó verlo hospitalizado. El primer libro lo publicó a los dieciocho. “México-Santiago” fue un libro artesanal, hecho a pulso, que contenía los poemas de Bárbara y los grabados del pintor mexicano Marcos Limenes.  


     El vínculo con México comenzó tempranamente. Con las visitas que Bárbara hacia cada verano a su padre, entonces exiliado en la capital mexicana.  En esas viajes, compartió con muchos escritores, incluido el mítico grupo de los infrarealistas.
 

    Su juventud temprana estuvo marcada por la militancia política. Miembro del Partido Comunista y de la Unión de Escritores Jóvenes, Délano parecía no temer a las consecuencias de formar parte activa de la oposición al Gobierno Militar.  Participó en huelgas de hambre. Fue arrestada tres veces durante la dictadura. Señora, si la CNI me la pide, voy a tener que entregarla, le dijo un Capitán de Carabineros a María Luisa, su madre. Bárbara corría peligro. Su madre insistió en que se fuera a México.  Y Bárbara se fue. Abandonó el entonces agitado Chile con su compañero de ruta, Sergio Rebolledo.
 

     Las marcas que dejó en ella la dictadura no se borrarán más. Hubo un antes y un después. Los amigos desaparecidos, la familia exiliada, el país devastado. Todos desfilarán luego en su obra poética. Un imaginario de muerte y memoria que quedará plasmado en “El Rumor de la Niebla”. Publicado en una edición bilingüe en Canadá en 1984, la escritura de este libro se desarrolla entre esos últimos años en Chile y su estadía en México. Años durante los cuales fue estudiante de Sociología en la UNAM, donde se titula con honores. 

     En 1987 regresa al país. Comparte departamento con el escritor Roberto Brodsky, amigo entrañable. Trabaja en el Centro de Estudios de la Mujer. El interés por los estudios de género quedará luego plasmado en el proyecto poético que desarrolla como becaria de la Fundación Pablo Neruda. Era 1988 y se formaba la primera generación del taller de poesía de la Fundación. Una generación que dejó una profunda huella en la poesía chilena. 


      “Baño de Mujeres” es el título con el que bautizó este proyecto de libro. Una apuesta por explorar un lenguaje diferente. Por hacerse cargo de la voz del género. Donde la mujer es abusada, marginal. Una aproximación violenta, desprovista de metáfora. No está de más decir que “Baño de Mujeres” se aleja del resto de la obra de Délano. Razón por la que probablemente permaneció inédito hasta la publicación de “Cuadernos de Bárbara” en 2006. Libro que recopila su obra poética, distinguido con el premio “Altazor” y que tristemente nunca llegó a librerías. 


      Durante estos años en Chile, Bárbara se refugia durante seis meses en la casa familiar de Cartagena. En ese lugar, su abuelo Luis Enrique Délano pintó un mural donde retrata a Bárbara niña, bajo el agua y con una copa en la mano. Otra vez el mar. El mar que la reclama desde pequeña. Escribe. Probablemente en este período comienza con la escritura de “Playas de Fuego”, su obra cúlmine, que será publicada pocos años después de su muerte. 

      Al poco tiempo vuelve a México a visitar a su hermana Viviana. Le ofrecen un trabajo y decide quedarse. Sus padres son los encargados de enviarle sus cosas. En México continúa con la escritura del poemario. Ella escribe sigilosamente. Probablemente corrige mucho.  Pero por sobre todo, intuye.
 
    El olor del mar azota mi rostro/ queriendo decirme algo/ que no me atrevo a comprender, dice Bárbara en “Playas de Fuego”. Ella y el mar siempre fueron de la mano. Un mar que habla a través de ella. Un mar donde se escucha a los muertos, un espejo para ser mirado por los ojos de Dios. Todo lo que se pierde va a dar al mar. Ella se sitúa en la orilla, a un costado, en la colina, desde donde observa el abismo desconocido de las aguas y lo escucha. Conoce su lenguaje, lo sabe interpretar: El mar pronto fue una bóveda encerrando todos los secretos/ todas las visiones.

     Viaja intermitentemente a Chile. A ver a la familia. A los amigos. A un novio que dejó. Inicia una maestría en edición. Esto hasta octubre de 1996. Ese año, Bárbara decide dar una sorpresa a sus padres. Viajará a Chile sin que ellos lo sepan. Los amigos en cambio, le tenían preparada una fiesta. Antes, pasa unos días por Lima. Ahí se reúne con viejos conocidos. El poeta Antonio Cisneros entre ellos. Talla su nombre en la mesa de un restaurante limeño. Va tarde a su vuelo. Quédate un día más, le dicen. Es la última en embarcar. Bromea con Cisneros: si el avión se cae, avísale a mis padres. El avión se estrella en el mar. Bárbara se vuelve poema.

     En su computador se encontraron muchas versiones de “Playas de Fuego”. El libro está cargado de mensajes donde la palabra poética es un anuncio y la poeta una visionaria. Un libro escrito desde la sospecha del inconsciente. Una poesía que trasciende al poeta. La metáfora del libro se materializa en Délano. Poesía y vida nuevamente de la mano. Bárbara anticipa los hechos que marcaron su muerte a través de la creación poética. Entonces la metáfora deja de estar en el plano de la imaginación y se encarna, cobra vida en la poeta. Bárbara se vuelve símbolo, palabra.

   Pero el libro no es sólo una visión profética. Esta lectura dialoga permanentemente con el testimonio de un país devastado. Con nuestra violenta historia política, con el sueño de la juventud abruptamente interrumpido. Nos habían dejado sin casa  sin sueños/sin escuela y nuestros padres se fueron/ y los vecinos se arrinconaron en sus cocinas/ y cuando llegaron a preguntarles dieron nuestros nombres/ y entonces llegaron a nuestra casa.
 

    “Playas de Fuego” es esencial para entender el lugar de donde proviene la poesía, el lugar que subyace detrás de la palabra. Desde dónde se habla cuando se escribe, quién es el que habla. En este libro se materializa lo que Blake llamó la imaginación como visión divina.
 
     Ahora ella descansa en el fondo del mar. Es su poesía la que trasciende, encandila. Porque Bárbara encandilaba. Poseía una belleza antigua. Era coqueta. Chispeante. También doliente. Misteriosa. Delicada. Libre. Con fuego en los ojos. En eso todos coinciden. Atravesaba con la mirada. Y era querida. Muy querida.



por Carmen García

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Crónicas y tradiciones de mujeres. Pagú o la rebelión de las musas

 

          Hace un par de semanas partió al Olimpo de las deidades de Hollywood la muy icónica Elizabeth Taylor, musa del cine que será recordada como la Cleopatra de los ojos violeta, la fémina seductora que contrajo nupcias como quien se cambiaba los calcetines viejos, y que tuvo una tórrida y violenta relación con Richard Burton. Estos atributos son los que afloran a la memoria al hablar de la diva hollywoodense y no sus cualidades como sólida intérprete, ni su lucha contra el sida y los prejuicios que acarreaba esta enfermedad en la década de los ochenta. Ni su apoyo incondicional a la comunidad homosexual ni su enorme trabajo actoral que trascendió con mucho su belleza física (véase, por ejemplo, Quien le teme a Virginia Woolf, de 1966). Así es el país de las musas, mujeres que viven en el imaginario colectivo, elevadas en altares de mármol como figuras petrificadas, hechas para la contemplación y deificadas como princesas inmóviles, presas en su papel de objetos de adoración. La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa? Habría que preguntarle a Marilyn Monroe.

          Claro que existen algunas atrevidas capaces de subvertir aquel destino, tal es el caso de Patricia Galvão (1910 – 1962), más conocida como Pagú. La Pagú fue una chica brasileña nacida en la ciudad de São João da Boa Vista, Sao Paulo, en el seno de una familia conservadora de la alta burguesía. Pero ya a sus quince años aparecían los despuntes de su personalidad singular: mientras otras jovencitas suspiraban por Rodolfo Valentino ella era fan de Luis Carlos Prestes, el famoso líder comunista que en 1924 había recorrido varios estados de Brasil con un grupo de rebeldes que intentaron derrocar la República Vieja.


Ya a sus 18 años se divertía alborotando a la buena sociedad paulista, hizo sus buenas migas con los poetas y artistas del modernismo –el movimiento de vanguardia brasileño de los años 20 y 30- que transformó a Pagú en su musa, en la mascota femenina del movimiento. Y es que esta mujer de boca gruesa e hipnóticos ojos verdes, gozaba al escandalizar a la moralista burguesía de su ciudad con indumentarias osadas, blusas transparentes, su famoso pelo rizado, revuelto y salvaje, y sus labios de rojo intenso; que se paseaba por los cafés fumando cigarrillos y soltando palabrotas: indomable y de ideas fuertes, Pagú no quería ser mujer domesticada por el conservadurismo de la época.
Pero tampoco se conformó con ser simple musa de los enfants terribles de las letras paulistas, ella también fue escritora por su cuenta, periodista, activista y hasta dibujante de ocasión. Y no sólo escribió la primera novela de la literatura brasileña que retrató el mundo obrero, la revolucionaria Parque Industrial (1933), sino que de entre los modernistas fue la más activa y valiente en su militancia política.
           Pagú ya en su temprana juventud decidió unirse a las filas del Partido Comunista Brasileño, y su compromiso con la izquierda fue evidente en sus artículos de prensa en periódicos como O Homem do Povo, donde su escritura mordaz atacó sin piedad a la burguesía, al clero y a las feministas de salón de la oligarquía, que no hacían asco en exigir el voto femenino mientras mantenían a sus sirvientas mulatas y negras en condiciones míseras de existencia. Pero su activismo no se limitó a las armas de las letras, Pagú participaba en cuanta marcha y protesta se organizaba y a veces, revólver en mano, lideraba a los agitadores. Su coraje le valió 23 condenas a prisión a lo largo de su vida, su más largo presidio duró cinco años (1935-1940), durante los cuales fue también torturada.

Cuando fue puesta en libertad renunció al Partido Comunista que ya le había quedado chico, la institución partidaria nunca se sintió muy cómoda con esta mujer escandalosa: ya la había obligado a publicar su novela con seudónimo y durante su presidio más largo le negó apoyo y le dio la espalda. Pagú sin embargo no abandonó nunca su militancia de izquierda, se unió al ala trotskista del socialismo y continuó siendo periodista cultural, con una fe férrea en el arte como forma de transformar la sociedad. Inteligente como era, no se dejaba convencer por una idea panfletaria de la literatura, sino que defendía el mérito estético como principal atributo del arte. Convencida en que sólo un arte de calidad y no panfletario tendría el verdadero potencial para transformar la sociedad capitalista, se dedicó a difundir a través de la prensa la obra de artistas poco conocidos en ese entonces en Brasil, como Fernando Pessoa o Eugenio Ionesco (a quien además tradujo). Sus artículos combinaban la crítica esclarecida con la vocación de pedagógica difusión, ella escribió para ser leída y entendida por un público amplio. Nunca abandonó sus incansables actividades, pero murió tempranamente de cáncer a los 52 años, con una salud que había sido mermada considerablemente después de sus varios encarcelamientos.

          Rita Lee y Zelia Duncan, cantantes brasileñas, compusieron una canción inspirada en Pagú cuyo coro dice “soy más macho que muchos hombres”. Y así fue Patricia Galvão, mujer múltiple y sin límites; creadora, militante, corajuda; una líder, un ejemplo y una compañera. Mucho más que una musa y, sin duda, mucho más que muchos hombres.

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Crónicas y tradiciones de mujeres: la Quintrala o el horror a la mezcla



El que no es Lisperguer es mulato.


          Que las damas de nuestra capital pongan el grito en el cielo y los caballeros rajen sus honorables vestiduras cuando carabineros –un amigo siempre- apresa a un despistado transeúnte sólo por el hecho de ser negro; que nos sorprenda que al mismo actor que vestido de turista gringo zarandeaba su cámara en las narices de la policía verde se le abran las puertas de La Moneda, mientras se le cierran vestido de poncho y cinto mapuche; todas estas son cuestiones que ponen en evidencia hasta qué punto nos negamos a aceptar una de las características más arraigadas y despreciables de nuestra idiosincrasia: el profundo sentimiento de desprecio por las razas morenas, la pretensión de nuestra ascendiente “blanca y pura”, una mentira que Chile se ha contado a sí mismo y que anida como una rata secreta en nuestros corazones.
Basta a la reflexión un solo ejemplo.

          Muchas son las características que hacen de doña Catalina de los Ríos y Lisperguer, la Quintrala, una figura emblemática, un ícono: fue una mujer presumiblemente hermosa, poseedora de gran riqueza, acusada de cometer diversos crímenes pasionales y reconocida por ejercer con bastante libertad -para un siglo XVII en el Reino de Chile- su derecho a cacha. Pero es el carácter mestizo de su identidad lo que la hace inaprensible. La Quintrala fue nieta de la Cacica de Talagante y en la mitología que en torno a ella tejieron mujeres y hombres de letras -tales como Magdalena Petit, Mercedes Valdivieso y Gustavo Frías, entre otros- esta herencia indígena cobra un sentido profundo.

          Si bien causaba recelo que Catalina fuera una rica encomendera, es decir, una mujer en posesión de grandes extensiones de tierra e indios para trabajarla, fue realmente el carácter mezclado de su estirpe lo que hizo de su figura un sujeto peligroso, ya que sus lealtades políticas no eran claras y puras como la de cualquier español de sangre limpia y sin mezcla. Así también eran turbias las inclinaciones de su corazón, y por las comarcas aledañas a su hacienda crecieron las murmuraciones sobre su talante bravo y fogoso, sus múltiples amoríos y su inclinación a la crueldad. Y no podía ser de otro modo en una colonia que aún no asentaba el dominio absoluto del territorio, en ese convulso siglo en el que la cotidianidad de la ciudad de Santiago y sus disposiciones sociales y afectivas seguían marcadas por el ritmo de la Guerra de Arauco, que parecía no querer cesar.


          La pulsión de muerte, la lascivia, la violencia y el descontrol que suelen acompañar los relatos de la vida de Catalina de los Ríos Lisperguer, se explican entonces a través de la impureza de su sangre: sangre española, sangre alemana, sangre india.
          Es pues, a través de los guiños de la vida de esta mujer, que podemos leer la fuerza de los discursos que han construido una visión históricamente marcada por la discriminación racial, sobre todo respecto a estos sujetos del Nuevo Mundo, novedosos en la calidad de su constitución identitaria, inclasificables pero nunca necesariamente ajenos. El mestizo interpela al blanco: es su hijo.

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"Quien habla o escribe mal piensa mal, poco o nada": perorata sobre el periodismo en Chile


Amigas y amigos: ha llegado noviembre, la primavera y la Teletón; todos hitos clásicos del fin de año en nuestro país, y en las postrimerías de este 2010 comienzan las evaluaciones. A nuestro juicio uno de los temas a reflexionar en este sacudido bicentenario es el papel de la prensa en la opinión pública y su responsabilidad, en tanto medio de comunicación, en la formación de imaginarios que inciden en el comportamiento político, cultural y social de las y los ciudadanas/os. Eventos cubiertos por la prensa hasta el hartazgo, como el desastre de la mina San José (con líos de falda incluidos) y las catastróficas consecuencias del terremoto del pasado 27 de febrero, con lacrimógenos testimonios que incluyeron la explotación de aquel niño conocido como Víctor "Zafrada" Díaz; y la pobre o nula fiscalización del Consejo Nacional de Televisión (que prefiere multar un inocuo sketch del Club de la Comedia) ante el morbo de la televisión actual, carente de contenidos y de aportes verdaderamente significativos a la cultura y a la necesidad de información de las y los televidentes. Hace falta periodismo de calidad en Chile.

Por esta razón, un nuevo aliado se une al grueso grupo de inconformistas que apoyan el proyecto crítico de Sin Fama ni Gloria, con una columna que analiza el periodismo en Chile a partir de un caso concreto, el reportaje de Informe Especial "Radiografía del Transantiago", emitido por TVN. 
Dejamos con ustedes a Ney Fernandes, traductor y corrector independiente, gestor del proyecto Filigrana Traducciones.




perorata sobre el periodismo en Chile

Hace algunas semanas vi la edición de Informe Especial sobre Transantiago en Televisión Nacional de Chile, y como muchas otras veces terminé ofendido por la forma que tiene el periodismo chileno de presentar temas de interés público. Me ofenden la superficialidad, la estigmatización y el sensacionalismo. Me ofende, como siempre, la paupérrima calidad de expresión de los redactores del programa y la abundancia de aserciones infantiles y mal articuladas. Me ofende y me ofenderá siempre la incapacidad de buena parte de los periodistas chilenos de producir textos decentes y reflexiones bien expresadas. 
Sin duda ya era hora de que alguien mostrara las deficiencias del Transantiago que muchos se niegan a ver (como el ex ministro Cortázar y otros defensores de las supuestas mejoras que ha tenido el sistema desde que se puso en marcha). Muchas veces me imaginé haciendo lo mismo que la periodista de TVN, al lado de un ministro, mostrándole el humo negro que exhalan buses que recién entablan su tercer año de circulación por las calles de Santiago, y el estado deplorable en el que se encuentran. Mostrándole la brutalidad y la estupidez que caracteriza el estilo de conducción de los choferes. Esos son hechos que se comprueban a simple vista y que había que mostrar.

El problema se da cuando una periodista construye su texto en torno a juicios de valor y opiniones moralistas que lindan, hay que decirlo, con el clasismo y el arribismo. El problema se agrava cuando el discurso se vuelve superficial y los juicios emitidos una y otra vez con recalcitrante cursilería se convierten en estigmas.

“Nuevamente nos encontramos con el desolador panorama de la evasión”, nos dice el texto de los autores de este reportaje, sin intuir que las imágenes son lo suficientemente claras y preocupantes para permitir al telespectador formarse una opinión propia sobre lo que ve. “Por la puerta delantera, algunos pasajeros ordenados y honrados pagan su pasaje”, sentencia esta perspicaz observadora del comportamiento humano.

El reportaje continúa y nos muestra un grupo de jóvenes entregados a actividades hedonistas sin duda inapropiadas para el lugar donde se desarrollan. La narración se llena de calificativos y el discurso cobra una carga moralista que viola ese espacio mínimo de libertad que se debería dejar al telespectador para juzgar lo que ve. Y es que Informe Especial cae en el error de simplificar fenómenos sociales y urbanos complejos y merecedores de un análisis mucho más profundo y concienzudo. Fenómenos que sin duda van mucho más allá de la mera honradez y que a lo mejor cabría aprehender y cuestionar más bien como señales de una sociedad que vive un malestar profundo, una sociedad esquizofrénica, entrampada entre las tetas siliconadas de Morandé con Compañía y los discursos moralistas y anacrónicos de sus curas Opus Dei. Fenómenos que podrían ser síntomas del estado de confusión identitaria, cultural e intelectual en el que se hunde un pueblo agobiado por el hiperconsumismo y por la hipocresía consistente en estigmatizar y condenar a quienes se emborrachan y arman escándalo en la parte trasera de un bus cuando, acto seguido, los comerciales televisivos muestran voluptuosas mujeres promocionando el consumo de pisco, cerveza y vino. 

Fenómenos que, en boca de una periodista que dice barbaridades como “una cifra casi la mitad más baja de lo registrado…” y cuya calidad de redacción se equipara a la de un niño, terminan convertidos en generalidades pueriles que a mi parecer son una ofensa a la inteligencia colectiva. A todos debería ofendernos el hecho de que TVN siga el ejemplo de los canales privados que contribuyen a deseducar a la sociedad a punta de sensacionalismo. A todos debería ofendernos que el formato del programa tenga redundancias como los recuadros estadísticos que dicen “40 % de evasión” y justo debajo estimen necesario explicar: “o sea, los que no pagan”.

Un periodista, insisto e insistiré siempre, que tiene la obligación de saber expresarse al menos correctamente por escrito, debería saber que el exceso de adjetivos y construcciones calificativas en este tipo de reportajes resta fuerza al discurso y empobrece el texto, máxime cuando el desconocimiento de la lengua se traduce en redundancias y oraciones poco felices como “vamos a tomar el tiempo de cuánto demora la revisión” o “notamos reacciones adversas hacia la conducta del no pago”.

Pues ya ven: en Chile, país de ingenieros y tecnócratas donde la prioridad es poner a disposición de la gente mecanismos de consumo y endeudamiento hasta la coronilla, donde la cultura con sentido mayúsculo queda relegada al ostracismo y donde se subestima la importancia de la educación en sentido amplio, muchos periodistas escriben y hablan como niños. Y si el verbo es pobre, también lo es el pensamiento. Y cuando hablo de educación en sentido amplio, me refiero a esa educación que va desde saber inculcar normas de conducta social (y para esto antes que nada hay que poner fin a innumerables hipocresías de la sociedad chilena) hasta enseñar a las futuras generaciones a expresarse y a escribir correctamente, para que dentro de diez o veinte años tengamos periodistas de verdad, y que los tecnócratas del sucesor del Transantiago sepan para qué demonios sirven las mayúsculas y no escriban letreros que digan “Las Puertas abren hacia adentro”.